La Europa de las empresas
En la Unión Europea tenemos compañías excelentes, pero demasiado pequeñas para competir de igual a igual en el mercado global
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La situación geoestratégica actual se define por una fuerte polarización entre los Estados Unidos y China. Europa, en cambio, corre el riesgo de quedar descolgada en esta pugna por el liderazgo mundial. Nos encontramos ante un reto histórico: o bien consolidamos una Europa fuerte y capaz de competir globalmente, o bien nos resignamos a una posición subalterna.
La Unión Europea se construyó sobre cuatro grandes libertades: la libre circulación de personas, mercancías, capitales y servicios. Estos fundamentos nos han permitido lograr un nivel de bienestar y cohesión social sin precedentes. Pero tenemos que ser sinceros, este modelo es insostenible si no va acompañado de una base económica suficientemente sólida para financiarlo.
Es en este sentido donde comparto plenamente la advertencia de Mario Draghi en su conferencia de Rímini de este verano: hace falta una Europa más fuerte y con menos dependencia de la lógica de los estados nacionales. La dimensión de los retos actuales, la transición energética, la revolución digital, los conflictos bélicos en curso, el cambio climático, entre otros, exigen respuestas europeas, no soluciones fragmentadas individualizadas.
Uno de los grandes obstáculos es la carencia de dimensión empresarial. Las diez empresas más grandes de los Estados Unidos acumulan una capitalización de 20 billones de dólares; las diez principales de China, 2,6 billones; y las diez más grandes de Europa… también solo 2,8 billones. La diferencia es abismal. No es una cuestión de talento, sino de medida. En Europa tenemos empresas excelentes, pero demasiado pequeñas para competir de igual a igual en el mercado global.
No podemos continuar bloqueando fusiones empresariales con el argumento de la competencia interna, como es el caso de Siemens y Alstom. La competencia real no es entre empresas alemanas y francesas, sino entre empresas europeas, americanas y chinas. No tiene sentido que en los Estados Unidos haya cuatro grandes empresas de comunicación y en la Unión Europea tengamos ochenta y dos. La fragmentación nos debilita.
Haría falta, por lo tanto, ampliar las características fundacionales de la Unión para permitir la unificación normativa y la concentración empresarial. Esto quiere decir establecer marcos comunes que eviten las duplicidades reguladoras y garanticen condiciones homogéneas para las empresas, independientemente del Estado miembro donde operen. Solo con normas compartidas podremos favorecer economías de escala, reducir costes y dar seguridad jurídica a las empresas que quieran crecer en ámbito europeo.
Finalmente, como recuerda Enrico Letta, necesitamos una quinta libertad: la libre circulación de la innovación. La investigación, el talento, la tecnología y el conocimiento tienen que poder fluir sin barreras dentro de la Unión. Esta es la condición indispensable para que Europa vuelva a ser motor de progreso y competitividad.
La Europa de las empresas es, en definitiva, la clave para garantizar la Europa del bienestar. Sin una economía fuerte, no habrá ni cohesión social ni soberanía política. Y una economía fuerte quiere decir, también, establecer criterios comunes en materia comercial, financiera, fiscal y de relaciones entre empresas, así como asegurar la igualdad de trato para el conjunto del tejido empresarial en toda la Unión. Nos jugamos el futuro.
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