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Opinión | Editorial
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Crisis francesa, crisis europea

La pretensión del presidente Macron de disponer de un Gobierno ideológicamente afín sin contar con los apoyos necesarios ha desencadenado una inestabilidad permanente

Lecornu dimite pocas horas después de nombrar a su Gobierno y sume a Francia de nuevo en la incertidumbre

Macron, dispuesto a "asumir sus responsabilidades" mientras crecen las peticiones de dimisión

El presidente francés, Emmanuel Macron, en una imagen de archivo.

El presidente francés, Emmanuel Macron, en una imagen de archivo. / CHRISTOPHER NEUNDORF / EFE

El hecho de que Sébastien Lecornu sea el primer ministro de Francia que menos tiempo ha ocupado el cargo desde 1958 -27 días- y su Gobierno haya sido el más breve de la historia del país -apenas un día- permite calibrar la hondura de la crisis que debe enfrentar el presidente Emmanuel Macron, cuya decisión de convocar elecciones legislativas anticipadas después de la derrota de su partido en las europeas del año pasado dio vida a una Asamblea Nacional cuarteada, incapaz de configurar una mayoría. La pretensión del presidente de disponer de un Gobierno ideológicamente afín sin contar con los apoyos necesarios ha desencadenado una inestabilidad permanente, con tres primeros ministros que se han sucedido en lo que llevamos de año sin que haya habido forma de sacar adelante un presupuesto que se aplique a atender la necesidad de emprender reformas para contener el déficit y salvar lo esencial del Estado de bienestar. La gran crisis sistémica que se esconde tras la crisis de gobierno.

La Quinta República hoy zozobrante fue concebida por el general Charles de Gaulle como un régimen presidencial viable mediante la configuración de mayorías parlamentarias sólidas y partidos de gran implantación. El modelo ha entrado en crisis después del error de Macron de buscar una mayoría suficiente imposible cuando abundaban las pruebas de que su propio partido, Renacimiento, emitía señales de fatiga, el centro y la derecha clásicos se habían desdibujado, las izquierdas eran incapaces de llegar a un acuerdo colaborativo por el empecinamiento de los insumisos y la extrema derecha crecía por doquier. Macron carece de la experiencia de los políticos forjados en la escuela de las campañas electorales y el contacto directo con los votantes, y ese rasgo que a menudo se le ha reprochado tiene que ver con su negativa a aceptar que, más temprano que tarde, deberá disolver la Asamblea Nacional si no es que antes debe encara la posibilidad de dimitir.

Todo ello confiere a la crisis una dimensión europea de acuerdo con el papel histórico de Francia, siempre en compañía de Alemania, desde la firma del Tratado de Roma. Se multiplican las incertidumbres sobre la economía francesa, que puede cerrar el año con un déficit por encima del 6%, una deuda en 2026 superior al 120% del PIB y una prima de riesgo en torno a los 100 puntos básicos. Datos macroeconómicos que ya se dejan sentir en la cotización del euro, algo debilitado frente al dólar, y que resultan aún más inquietantes mientras un bloque euroescéptico no deja de crecer y expandirse entre los socios que ingresaron en la UE tras el colapso soviético.

Prolongar la crisis y no adoptar medidas destinadas a aclarar el futuro no hará más que agravar las consecuencias de una situación ya ahora insostenible. Francia se enfrenta a un dilema envenenado que debe servir de advertencia a sus vecinos. La inaplazable la reducción de algunas partidas del presupuesto por un total de 40.000 millones tendrá un coste que los franceses no parecen dispuestos a asumir, y seguir escondiendo la cabeza bajo el ala, otro mayor. Sin un ejercicio urgente de realismo que permita desbloquear la situación, cualquier salida en falso no hace más que dar alas a la extrema derecha que encabeza Marine Le Pen, tan amenazante para el futuro de Francia como para el porvenir inmediato de Europa.