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Opinión | Gárgolas
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Cena con mamá

Lo que me tiene subyugado es saber quién pagará por cenar con la madre de Lamine Yamal

Lamine Yamal, a l’entrenament d’ahir a Sant Joan Despí. | VALENTÍ ENRICH

Lamine Yamal, a l’entrenament d’ahir a Sant Joan Despí. | VALENTÍ ENRICH

He asistido, en calidad de invitado, a un par o tres de cenas solidarias. Causa cierto estupor cuando te invitan. La fórmula suele ser siempre la misma: hay gente que está dispuesta a pagar un menú y el coste adicional del menú, que va a parar a una buena causa. Tú estás en medio porque se supone que funcionas como un reclamo, en el lote de un grupo de benefactores (podríamos llamarlo así) que son conocidos personajes del mundo del espectáculo, deportistas reconocidos, caras famosas de la televisión o del cine. Te asalta, ante todo, una vez aceptada la propuesta, un terror difícil de precisar que, básicamente, consiste en una pregunta. En estas cenas se reserva una mesa para compartir comida y conversación con alguien conocido y reconocido. Y los comensales, cómo no, eligen con quien se sentarán. Y es entonces cuando reflexionas: de acuerdo, han pensado en mí, que escribo en el periódico y, de vez en cuando, salgo en la tele y hago alguna tertulia, y también he publicado varios libros, pero no tengo nada que hacer frente a un economista combativo y polémico, un presentador fotogénico, una actriz de la serie más vista más vista o de un carismático hombre del tiempo. Tenían que llenar un agujero y soy yo quien lo lleno. El terror es que nadie te elija como comensal. Y el terror añadido es que tu mesa sea una de las últimas y que la gente que tiene ganas de colaborar con la causa solidaria diga que sí, vale, ya me sentaré con este pobre chico (“quién dices que es, ¿qué dices que hace?), si no hay más remedio. Por eso invitas a familiares o amigos, para no estar solo en la cena multitudinaria. Y, en última instancia, te sientas en la mesa con miembros de la organización.

He tenido alguna sorpresa agradable, como una vez que, efectivamente, compartí la cena con lectores de mis historias, lo que satisfizo mi desolado ego. Nos dedicamos a hablar un poco de literatura y, sobre todo, a observar cómo funcionaban las demás mesas. Había escenas divertidas, con gente que disfrutaba de la compañía del famoso y famosos muy cercanos, pero también había desiertos pavorosos donde nadie hablaba con nadie.

Cuento todo esto a raíz de la cena de Navidad solidaria que montan el 7 de noviembre (¡es de Navidad, sí!) en el Nobu Hotel London Portman Square. El reclamo, en este caso, es Sheila Ebana, y la propaganda del evento es que no puedes perderte la oportunidad “de conocer a la madre del mejor futbolista del mundo”. Habrá champán, menú, una fotografía con la invitada y un asiento en la mesa VIP, en caso de que optes por el ticket más caro, de 360 euros. No critico, por supuesto, la asistencia de la señora Ebana: seguro que lo hace para contribuir a la causa. Lo que me tiene subyugado es saber quién pagará por cenar con la madre de Lamine Yamal. ¿Qué le preguntarán? ¿Cuándo empezó a andar? ¿Y a chutar? ¿Era un buen niño? ¿Y ahora qué cocina cuando él come en casa? ¿Tiene, la mamá, el mismo sentimiento de desolación que tenía yo cuando entraba en la página web y comprobaba que nadie había elegido la mesa con mi nombre en una banderita?

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