Pese a todo, la esperanza
Las negociaciones de paz están avaladas por países que, hasta hace poco, alimentaban la confrontación con Israel y ahora están a las puertas de los Acuerdos de Abraham
Las posiciones de Hamás y Netanyahu chocan a las puertas de iniciar las negociaciones de paz para Gaza
Witkoff-Kushner, el tándem de empresarios tras el plan de Trump para Gaza

Leonard Beard. / 5
Todos los ojos miran hacia Sharm el-Sheikh y la respiración se contiene. Si nada lo estropea, en la famosa ciudad balneario del Sinaí, podría escribirse el final de un capítulo trágico de la historia. A la hora de escribir el artículo, la reunión del principal negociador de Hamás, Khalil al-Hayya, con los mediadores de Egipto y Catar, ya se ha producido y la delegación ha marchado hacia el Sinaí. Al mismo tiempo, la delegación israelí, presidida por el ministro Ron Dermer, también está en su puesto y, con la llegada de los enviados de la Casa Blanca, Steve Witkoff y Jared Kushner, se completará el equipo que tiene que negociar el plan de 20 puntos presentado por Trump y avalado por un gran número de países, incluyendo la mayoría de Oriente Medio. A partir de aquí, reuniones, negociaciones, incertidumbre y esperanza...
Esperanza. La primera, porque es simbólico que se produzca el encuentro a dos años de la brutal matanza del 7-O, cuando Hamás asesinó a 1.200 personas (35 de las cuales, menores) y capturó a 251 rehenes, transportados a los túneles de Gaza: “la peor masacre de judíos en un solo día desde el Holocausto”, en expresión de Biden. El 7-O fue una orgía de sangre, brutalidad y violencia sexual que elevó el terrorismo de Hamás a cotas inimaginables, en una exaltación de aquello que Finkielkraut llamaba “la ideología del mal”. A la vez, aquel día empezó una guerra brutal que también ha producido una gran tragedia en el pueblo palestino. El solo hecho, pues, que con tanta herida acumulada se produzca la reunión da la medida de cómo es de trascendente lo que está pasando.
Pero hay más motivos para la esperanza. El primero, que se trata de una reunión avalada por países que, hasta hace poco, alimentaban la confrontación con Israel y ahora están a las puertas de los Acuerdos de Abraham. Otros, como Turquía, mantienen las distancias, pero también se han implicado. Y, además del apoyo europeo, no es menor el de indonesia, el país con más musulmanes del mundo. Nunca había habido una cumbre tan avalada internacionalmente, ni nunca había habido unas circunstancias tan favorables a un acuerdo estable.
Esperanza, también, por lo que ya han aceptado ambas partes, siempre que finalmente se cumplan los buenos augurios. No es menor que Netanyahu haya hecho concesiones tan difíciles para su coalición de Gobierno, como frenar cualquier plan anexionista en Cisjordania de sus aliados de extrema derecha, o entender que la ANP tendrá que tener un papel el día después de la guerra. Y ambas concesiones le pueden provocar la caída del gobierno, riesgo que parece haber asumido. Pero, sobre todo, por la aceptación de Hamás de liberar a los rehenes -que llevan dos años sufriendo una crueldad extrema- y su exclusión del gobierno que se creará. Con el añadido más grande: su desarme que, en la práctica, es su capitulación. Si bien la experiencia obliga al pesimismo en este punto clave, las circunstancias permiten una brizna de optimismo: Hamás ha perdido decenas de líderes y miles de activos, se ha quedado sin ningún aliado -Catar lo da por amortizado-, y solo le queda un Irán derrotado, que ha visto cómo su anillo de fuego para destruir Israel se ha convertido en escombros: además de la destrucción de los grupos terroristas en Gaza, ya no tiene ni a Hizbulá, ni a la Siria de Assad, ni la amenaza nuclear, ni es capaz de desestabilizar la región con hutíes y chiís de Irak. Irán está arrodillado y este nuevo Oriente Medio deja a Hamás desnudo. Es posible que quiera ganar tiempo para rearmarse, pero ni es un escenario realista ni Trump lo permitirá.
Finalmente, esperanza para la reconstrucción física de Gaza, pero también simbólica, porque el plan es inequívoco en este punto: Gaza tiene que ser una zona libre de terrorismo. No sabemos cómo quedará el Gobierno de transición, ni qué papel tendrán las autoridades palestinas -Blair habla de tres a cinco años de gobierno internacional-, pero es evidente que el plan busca una salida estable a la cuestión palestina.
Finalmente, poca esperanza en que los movimientos de izquierdas que han convertido la causa palestina en una gran fábrica de creación de adeptos entiendan la dimensión del terremoto que está viviendo Oriente Medio. Viven de la resistencia permanente contra Israel -como hace Hamás-, y ningún plan de paz les resultará suficiente. Son los que quedarán más descolocados, si las negociaciones tienen éxito: acabada la guerra, acabada la propaganda.
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