El final de Arquímedes
Resulta imperioso seducir a los mejores para que estos se acerquen a la política. Los mejores en el sentido más amplio, capacidades pero también valores
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Una imagen del hemiciclo del Congreso. / Rodrigo Jimenez / Rodrigo Jimenez / Rodrigo Jimenez
Si alguna cosa nos sugiere a los poco doctos en matemáticas el conocido 'principio' enunciado en la antigua Grecia por Arquímedes, esta no sería otra que la del equilibrio, equilibrio de fluidos y fuerzas. Una especie de alternancia lógica de líquidos. Imagínense ustedes ahora que la fuerza político-mediática ejercida por el PP y su líder, o líderes porque ya no se distingue con claridad la titularidad de ese trono entre Ayuso y Feijóo, fuera equilibrada en su legítimo intento de desalojar de la Moncloa a su actual inquilino. Al margen de la buena situación económica del país, dados los errores palmarios y no forzados cometidos por Pedro Sánchez en el terreno de las confianzas inasumibles, cabría pensar que a la oposición conservadora le bastaría con aplicar el principio del físico siciliano para obtener una alternancia tranquila y por ende su particular 'Eureka!'. Con fuerza equilibrada y sin necesidad de contaminar de crispación a una ciudadanía que asiste atónita a tanto despropósito político. Políticos que, salvo honrosas excepciones, desacreditan la noble actividad política dejando un enorme margen de crecimiento a una ultraderecha populista que está avanzando en toda Europa. Déjenme señalar entre esas excepciones a quien las encuestas señalan como al líder político más valorado en Catalunya, Gabriel Rufián, ideológico azote persistente y pedagógico de ciertas derivas ultras. Un crecimiento ultra inducido en parte por la gran desconfianza y hastío que provoca el sempiterno bipartidismo español. Asistimos, al menos en la desequilibrada política española, al final del principio de Arquímedes.
Tuve la suerte de crecer y desarrollarme política e intelectualmente en una concepción 'harendtiana' de la política, aquella que considera la política como una noble dimensión humana. Quico Sabaté, compañero infatigable de Joan Manuel Serrat y Raimon Obiols, solía argumentarme cómo de imposible sería la práctica política sin la generación de lo que él denominaba la creación de “itinerarios de amistad”, una especie de motor indiscutible de valores humanos, de justicia, vocación de servicio y en definitiva de creación de confianzas y felicidad pública. Como consecuencia lógica de esa concepción política, las pistas de futuro que se elaborarían por la 'intelligentsia' que se acercase a los partidos políticos se fundamentarían en valores. ¿Cómo, si no, se podría intentar arreglar, por ejemplo, un problema tan vital como el de la vivienda, que tanto afecta al futuro y bienestar de nuestros jóvenes, si este se convierte en un arma arrojadiza entre partidos políticos? El repudio de los más jóvenes a la política está servido. Sin consensos basados en el diálogo, la desconfianza de la ciudadanía también. Hoy, la inteligencia satelital de los partidos políticos se reduce por un lado a la gris demoscopia, al análisis de los trasvases de votos, en definitiva, al análisis del asalto al poder por la vía rápida, espacio donde los aprendices de brujo se mueven como pez en el agua. Y por otro lado, ciertos comunicólogos, toda una legión de expertos en redes, en analistas de corbatas, 'atrezzos' y mitologías que acaban reduciendo la política a una tertulia tabernaria de la que acaban viviendo algunos medios y un selecto y bien pagado 'star system' de profesionales del 'entertainment'. Profesionales que, sin solución de continuidad, podrían pasar de analizar el casi indescifrable conflicto histórico árabe-israelí o la investigación genómica, al análisis del futuro profesional de Belén Esteban. Y luego nos extrañamos al ver cómo la prostitución se ha acomodado en el debate político, más allá de que unos energúmenos llamados Ábalos y Koldo García fueran indignos practicantes. O que los insultos más gruesos se instalen en las sedes de la soberanía popular a veces jugando con la concepción de algunos políticos que, arropados en los 'MAR' de turno y en algunos medios de comunicación, consideran el “me gusta la fruta” una genialidad basada en el convencimiento de que la ciudadanía es tonta. O cómo Montoro, el ministro de los recortes en los servicios públicos y la contención salarial, ha acabado en un juzgado de instrucción por el impúdico acto de montar su negocio particular en la propia sede del Ministerio. O cómo La Vuelta a España se acaba convirtiendo en la 'vuelta a las dos Españas'. Más desconfianzas, más pistas de futuro indignas. Como dirían los comunicólogos al uso, una España muy poco 'sexy'. Por no hablar ahora de la 'Great America' de Trump en la que, con toda impunidad, entre ataques a la libertad de expresión y otras barbaridades, se pueden cocer bulos sobre el género sexual de una primera dama europea. Europa ha de tomarse muy en serio legislar para garantizar, entre otras cosas, el buen uso de la inteligencia artificial, sin tentaciones de censura y defendiendo siempre el pluralismo, para evitar que el ciudadano quede al albur de los algoritmos interesados y alienantes.
Acabo, es muy fácil criticar y describir y muy difícil proponer. En una conocida y reputada campaña de comunicación del Banco de Sabadell, en ese ámbito el haber del banco catalán es infinitamente superior al de su pretendiente, Pep Guardiola y Fernando Trueba conversaban sobre el liderazgo y acababan conviniendo que este consistía en sacar “lo mejor de los demás”. Primera sugerencia futo de una sangrante realidad que tiene apellidos: Trump, Putin, Orbán, Meloni, Milei, Weidel, Abascal, Orriols… Resulta imperioso seducir a los mejores para que estos se acerquen a la política. Los mejores en el sentido más amplio, capacidades pero también valores. Banalizar indignamente para atacar al contrincante con asuntos como los del asedio de Sarajevo, en el que murieron más de 12.000 mil personas o con las fosas comunes de la guerra incivil española, demuestra la inhabilitación para el liderazgo de parte importante de nuestra clase política. Un liderazgo no gestionado simplemente como si se fuera a ser aspirante a CEO en Amazon como, por cierto, empieza a destilarse en algunos sectores tecnocráticos, pocos pero muy influyentes y próximos al bien amueblado y más ideológico president Illa. Una actividad, en definitiva, sustentada en un mandato democrático que emana de un programa electoral, y por qué no, ideológico, refrendado en las urnas. El contrato más noble entre política y ciudadanía. Si no se consiguen mayorías, itinerarios de amistad, diálogo y consenso.
Y un último apunte inspirado en la introducción de las magníficas memorias políticas de Raimon Obiols, 'El mínim que es pot dir'. En ellas, el memorialista y político catalán relata cómo Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de 'El Gatopardo', dejó escrito que el memorialismo tendría que ser obligatorio para todos los ciudadanos mediante una ley. “Tendría que ser un deber impuesto por el Estado: el material acumulado después de tres o cuatro generaciones tendría un valor inestimable. No hay memorias, por insignificantes que sean los autores, que no recojan valores sociales de primer orden". Convencido de que sería una ley impopular, convencido de que sería un gran antídoto contra el auge del populismo y la ultraderecha. No me consta que Arquímedes dejara escritas sus memorias.
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