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Opinión | Protestas juveniles

Ante el espejo marroquí

La consigna viral “No queremos estadios, queremos hospitales” resume el rechazo a una política que prioriza los grandes proyectos internacionales, como el Mundial de Fútbol 2030, mientras descuida las necesidades básicas

Dos muertos en Marruecos en un intento de asalto a un puesto de la Gendarmería Real, en el marco de los disturbios del quinto día de protestas juveniles

Dos muertos en Marruecos en un intento de asalto a un puesto de la Gendarmería Real, en el marco de los disturbios del quinto día de protestas juveniles / LA PRESSE / AP

Desde hace semanas, Marruecos vive una ola de protestas juveniles que demandan empleo digno, acceso a la sanidad y una educación pública de calidad. La consigna viral “No queremos estadios, queremos hospitales” resume el rechazo a una política que prioriza los grandes proyectos internacionales, como el Mundial de Fútbol 2030, mientras descuida las necesidades básicas. El régimen ha respondido con una represión que ha dejado más de 400 detenidos y varias víctimas mortales, sin que ello haya merecido condenas significativas a nivel internacional. Una falta de reproche que se explica por el sólido respaldo que Marruecos ha construido en los últimos años como aliado estratégico de Occidente.

La alianza con Estados Unidos, basada en la cooperación militar y el papel estratégico de Marruecos en el norte de África, alcanzó un punto de inflexión en 2020 cuando el régimen alauí se sumó a los Acuerdos de Abraham, impulsados por la administración Trump, normalizando así sus relaciones diplomáticas con Israel. Un gesto diplomático condicionado al reconocimiento, por parte de Estados Unidos, de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, considerado un logro clave para Rabat. Desde entonces, la relación entre Marruecos e Israel ha trascendido lo simbólico, abarcando acuerdos en defensa, inteligencia y producción conjunta de armamento, ejemplificada en la instalación de fábricas para drones kamikaze como el SpyX. La guerra en Gaza, no obstante, ha puesto al régimen en una posición delicada porque, mientras mantiene su alianza con Israel, debe lidiar con una sociedad interna mayoritariamente solidaria con la causa palestina.

La UE, por su parte, mantiene con Marruecos una relación centrada en la cooperación económica, el control migratorio y la seguridad regional, reconociéndolo como un socio clave para gestionar los flujos hacia Europa, aunque esta alianza se enfrenta a tensiones debido a las violaciones de derechos humanos cometidas por Marruecos, incluida la represión de protestas y la controvertida situación del Sáhara Occidental, cuestionada por tribunales europeos. Mientras que España, en 2022 dio un giro diplomático significativo al apoyar públicamente el plan marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental, relegando así al pueblo saharaui, que a cambio reforzó su colaboración en control fronterizo y seguridad, una alianza que se ha profundizado con la próxima coorganización del Mundial de Fútbol 2030.

Esta postura contrasta fuertemente con la actitud de España hacia Israel, contra quien, tras la guerra en Gaza, ha adoptado una línea dura, llegando a boicotear a sus equipos deportivos, empresas e incluso intentando revertir contratos con ellas. Este doble rasero revela una política exterior marcada por la hipocresía, en la que los intereses estratégicos priman y los derechos humanos se usan según convenga. Y en este contexto, la coorganización del Mundial de Fútbol de 2030, símbolo de las protestas sociales en Marruecos, se convierte también en el reflejo claro de esta contradicción.

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