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Opinión | La Calle Nueva
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Normalizar el odio

Ahora solo hay un sitio en el que no hay inquina: el sitio de la muerte. Donde ya no hay nada, sino adiós, la vida recobra un silencio que no tiene vuelta atrás

Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria', en un mitin del PSUC en la Monumental en 1977, en Barcelona.

Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria', en un mitin del PSUC en la Monumental en 1977, en Barcelona. / PEPE ENCINAS

Las calles, las plazas, los lugares donde juegan los niños, los mercados y las guaguas, están llenos de gente en las ciudades y en los pueblos y en los barrios. Veo cómo la gente se saluda y siguen andando, cómo se encuentran los vecinos y se prestan miradas o cosas, y cómo, de un día para otro, hallan razones para hablar entre ellos en los descansillos.

Me gusta sentir esa armonía que no está mandada por nadie, sino por los alientos que genera la buena educación, y también, por qué no decirlo, el miedo a la soledad. Pues si en las ciudades o en los barrios, incluso en los aviones o en los barcos, en las colas de las farmacias o de los colmados, no tuviéramos oportunidad de decir algo, aunque sea 'buenos días', el mundo sería la oscuridad de una vida sin palabras.

Eso no ocurre, ¿o sí ocurre? La verdad es que el saludo no ocurre sino en los ámbitos que más o menos he enunciado, donde la gente busca conversación contra el silencio. Pero cuando bajamos (o subimos) a los ámbitos en que hablar es discutir con el otro porque las ideas se van cruzando y algo que está en el ambiente, el odio político, sobre todo, ordena la maledicencia o la brutalidad en las discusiones sobre lo que pasa, entonces ese odio se normaliza y ahora es parte de lo peor de las conversaciones. El insulto, la normalización del odio, la calumnia, el deseo de que al otro le vaya muy mal, en la política, en las gestiones, en sus relaciones con los otros, en la vida.

Ahora solo hay un sitio en el que no hay inquina: el sitio de la muerte. Donde ya no hay nada, sino adiós, la vida recobra un silencio que no tiene vuelta atrás. Pero de resto, en la vida misma, en la vida que no es el saludo en los mercados o en las entradas de las escuelas adonde acompañamos a los niños, ahí casi todo ya es detritus de la bondad convertidos en desdén, en maldad, en el deseo de que al otro (su partido, sus relaciones, sus ilusiones, sus gestiones) le vaya fatal.

Eso lo percibes ahora incluso entre periodistas, o no tanto, que se encuentran para explicarse lo que saben, y terminan gritándose lo que no quisieran que fuera la gestión moral de lo que piensan. Me refiero al periodismo porque es curioso que este lugar de encuentro que es el oficio sea ahora también una parte habitual de las diatribas que, por otro lado, se viven en el ámbito político como si fueran la consecuencia de un ensayo que viene de atrás. Diría yo que viene de los prolegómenos de la guerra civil.

Y no debía ser para tanto. Ahora he visto en un cine de estreno una película bellísima, y tremenda, sobre Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria'. La cantidad de odio que cayó sobre esta mujer mientras fue diputada de la República, cuando vivió cuarenta años de exilio, incluso cuando volvió a ser diputada comunista en la España recuperada para la democracia, es un ejemplo del bochorno de la historia.

Sufrió todo tipo de mentiras, sobre su manera de ser, sobre sus creencias (religiosas también), sobre su partido y sobre los suyos, y acerca de lo que ella fue y no fue se edificó un desdén del que ella, en los últimos años, se reía.

Quienes vean hoy la película (dirigida por Amparo Climent, animada en gran parte por la presencia de muchos de los que la conocieron y la quisieron) encontrarán una mujer distinta, desde el nacimiento hasta su entierro en Madrid, donde fue despedida por más de trescientas mil personas, algunas de las cuales le dijeron adiós con la señal de la cruz.

El insulto que sufrió, en el exilio y en el regreso, es ahora equivalente al que, sin vergüenza ni recato, se está escupiendo en la vida de hoy contra seres humanos que, dedicados a la política, o también siendo parte de nuestro oficio, dicen cualquier cosa de otros con tal de verlos cerca del barro hasta que los pierdan de vista y sean parte de las llamas de las mentiras deliberadas, de los insultos y de los gritos, que ahora forman parte de las calles del odio.

Máriam Martínez-Bascuñán, profesora de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en teoría política y pensamiento feminista, ha publicado en Taurus un libro que alimenta la explicación de lo que llevo dicho. Su inspiración viene de su estudio de la personalidad de Hannah Arendt, que tras la segunda guerra mundial subrayó con inteligencia y asombro la maldad de la época de la que ella fue testigo noble y asustada.

Ahora no estamos en tiempos tan distintos, de modo que lo que esta normalización del odio que vivimos es en este momento ocasión para convertir el libro de Martínez-Bascuñán en un aviso contra los peligros actuales por los que pasan, en España y en cualquier sitio, la democracia y la verdad, pues ambas siluetas de la vida están en este momento pisadas por la normalización del odio.

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