Fe o vivienda

El ganador de las elecciones primarias demócratas a la alcaldía de Nueva York, Zohran Mamdani, en un acto de campaña / Europa Press/Contacto/Laura Brett
Por una ciudad asequible: esta ha sido la promesa que ha dado la victoria a Zohran Mamdani en las primarias demócratas de Nueva York. Musulmán nacido en Uganda, pocos intuyeron que este joven y carismático socialdemócrata sería elegido candidato a la alcaldía. No era el preferido de la élite de su partido y los republicanos no escatimaron bulos sobre él, incluida la acusación de yihadista que pretende imponer la ley islámica (se olvidaron de curiosear el Instagram de su mujer artista). Trump ya ha amenazado con detenerle. La campaña de Mamdani se centró en escuchar a la ciudadanía, sin prejuzgar ni aleccionar. Ofreció ideas sencillas y concretas. "Si un candidato hablara de congelar el alquiler, de poner autobuses gratuitos o de hacer realidad el cuidado infantil universal, ¿le apoyarías?”, preguntaba a los que habían votado a Trump. El 'sí' era unánime.
¿Por qué votan a la ultraderecha aquellos que acaban siendo víctimas de sus políticas? No es la esperanza lo que les motiva, es la fe. Y no es lo mismo. La fe no necesita pruebas tangibles, tiene una matriz irracional, incluso una entrega al absurdo. La esperanza, en cambio, es transformadora, está orientada al futuro y sin ella no hay cambio social. El discurso de la ultraderecha ahonda en los intangibles --tradición, identidad, orden...-- y cala entre los que necesitan una fe ante la incertidumbre. La izquierda necesita apoyarse en los tangibles para recuperar la confianza. Y hoy no hay nada más concreto que la vivienda.
El último barómetro municipal de Barcelona lo deja claro: la vivienda es la primera preocupación de su ciudadanía. La situación es dramática. Por esto, cuesta entender algunas posiciones. Desde la incapacidad de desencallar una reforma que haga efectivo el 30% de vivienda protegida en obra nueva, hasta ciertos chantajes de difícil digestión. Janet Sanz (Barcelona en Comú) ha anunciado que no negociará nada nada más con Collboni si no frena los desalojos de Vallcarca. Se trata de tres edificios de propiedad municipal que no reúnen las condiciones necesarias de habitabilidad y están ocupados por 40 personas. Entre ellas, 13 menores. La demolición es el primer paso de un plan que dotará al barrio de una rambla verde y la construcción de 522 viviendas, 204 de ellas de protección oficial pública. ¡204! ¿Es aceptable desde la izquierda defender la ocupación de infraviviendas o, incluso, de barracas? Esas 40 personas deben ser atendidas por los servicios sociales, igual que la ciudad necesita todas esas nuevas viviendas y más zonas verdes. Resulta difícil de creer que Sanz esté escuchando al conjunto del vecindario, más allá de los activistas afines. Y el asunto no es baladí. Todas las voces que la izquierda desoye son atendidas por la ultraderecha.
Vivienda, vivienda y más vivienda. Esa es la esperanza que la izquierda --y todas las fuerzas democráticas-- debe hacer realidad. Cueste lo que cueste. Haya que intervenir lo que haya que intervenir. Se necesita más valentía y menos miopía partidista.
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