Desorientación
A lo mejor necesitamos alguien que nos lea. ¿Pero somos legibles?

Periódicos en un kiosco. / JORDI OTIX
Somos los inventores del sentido, pero no sabemos muy bien qué hacer con él. Nos levantamos, vamos a trabajar (si tenemos trabajo), compramos leche desnatada y yogures con bacterias intestinales, vemos dócilmente el telediario y nos vamos a la cama rendidos (o rendidas, puto genérico) preguntándonos si mañana es miércoles o jueves. A lo mejor, entre medias, hemos logrado arreglar la puerta de un armario de la cocina que no cerraba bien; a lo mejor, hemos ido por fin al médico para hablarle de ese dolor secreto que no se nos acaba de quitar; a lo mejor, hemos pasado por delante de una iglesia y hemos entrado por ver si ocurría un milagro; a lo mejor hemos ido a la consulta de esa vidente que se anuncia en internet y nos ha echado las cartas, aunque no ha sabido leerlas. No ha sabido leernos. A lo mejor necesitamos alguien que nos lea.
Alguien que nos lea. ¿Pero somos legibles?
Leemos el periódico como el que se mueve por los pasillos del supermercado, en busca de noticias saludables, dietéticas. Resulta que en el híper hay una sección para veganos (y veganas) en la que llevamos tiempo deteniéndonos sin comprar nada. ¿Y si comer bien diera sentido a nuestras vidas? ¿Y si elegir cuidadosamente las noticias con las que construimos mentalmente la realidad modificara nuestro comportamiento? Ayer mi nieta me pidió que le leyera el periódico. Le asombra la cantidad de diarios de papel que hay en mi casa y los mira como si encerraran un misterio. Dudé si empezar por las necrológicas o por el editorial. Al final le leí un anuncio pequeño en el que se solicitaba un chófer con buenas referencias y disponibilidad total. “Buen salario”, terminaba diciendo el anuncio.
Mi nieta me miró con asombro. No imaginaba que hubiera esa clase de necesidades en el mundo. Se trata de un anuncio que aparece desde hace meses, siempre con la misma redacción, en un recuadro cuya forma recuerda a la de una esquela diminuta.
-Seguramente, se trata de un anuncio falso -le dije-. Un anuncio de un espía que envía de este modo un mensaje secreto a sus jefes.
Le gustó la idea de que la gente se comunicara de este modo misterioso porque en el misterio siempre hay un sentido, o eso creemos. No sé si perseguimos el sentido o somos perseguidos por él. Pero nos desorientamos cuando escasea.
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