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Martí Saballs Pons

Martí Saballs Pons

Director de Información Económica de Prensa Ibérica.

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La banca no es romántica

En tiempos donde desde el móvil puedes abrir una cuenta bancaria en una entidad financiera apátrida, ¿hasta qué punto sigue teniendo sentido la sede y la identidad de un banco?

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Lucía Feijoo Viera

Antes de que una gran mayoría de las cajas de ahorro -hubo excepciones- enloquecieran en su proceso de expansión, dando créditos hipotecarios a troche y moche, o acabaran siendo un refugio de tarjetas negras a mayor gloria de los consejeros políticos que andaban por ahí comiendo gambas, pretendían ser remansos de romanticismo financiero.

La cercanía al cliente era, en los años pretéritos y previos a aquel enloquecimiento que explotó en 2008, uno de los grandes activos de las cajas locales. Era un fenómeno que no solo ocurría en España. Desde Estados Unidos a Alemania había un sinfín de entidades que, más que competir, se complementaban con los gigantes de la banca, más propensos a crear productos sofisticados y a la ingeniería financiera. Había suficiente mercado minorista y mayorista para todos, particulares y empresas. Según las necesidades financieras de cada cliente se ofrecía un paquete de productos distinto, con sus tipos de interés adecuados al mercado monetario.

Ocurría con las cajas y con los bancos más pequeños, que se aprovechaban de su identidad local. El Sabadell, como en su momento lo fueron el Santander, el Banco Bilbao y el Banco Vizcaya, fueron creciendo desarrollándose desde su zona de confianza. Apoyaron inicialmente el desarrollo industrial de sus territorios y estuvieron al lado de sus clientes, en muchos casos también socios. Impulsaron la capitalización inicial de empresas que hoy son líderes mundiales en su sector, siendo un ejemplo el caso de Fluidra en el sector de las piscinas, que tuvo como accionista al Sabadell. 

La propia evolución darwinista de la banca hacía que, cada equis años, debido a contracciones o expansiones del mercado, hubiera entidades que fueran uniéndose o siendo adquiridas al mejor postor. Salvo la familia de Jordi Pujol y cuatro historiadores, pocos se acuerdan que Banca Catalana acabó siendo engullida por el Banco de Vizcaya en 1984.

El Vizcaya, que acabó sumando fuerzas con el Bilbao y luego con el Banco Exterior, rebautizado como Argentaria, también acabó digiriendo seis de las cajas catalanas aprovechando la crisis iniciada en 2008. No tenemos referencias, con fuentes que den la cara, para saber si los clientes antiguos de Caixa Terrassa, Caixa Sabadell, Caixa Manlleu, Caixa Catalunya, Caixa Tarragona y Caixa Manresa, están hoy mejor tratados bajo la marca BBVA que antes de que fueran adquiridas. Tampoco sabemos hasta qué punto estos catorce meses de rifirafe entre BBVA y Sabadell a propósito de la OPA ha supuesto migración de clientes hacia entidades competidoras.

En tiempos donde desde el móvil puedes abrir una cuenta bancaria en una entidad financiera apátrida, ¿hasta qué punto sigue teniendo sentido la sede y la identidad de un banco? ¿Cuál es la última vez que usted ha visitado una sucursal? ¿Siguen siendo claves en las operaciones financieras las relaciones de confianza, profesionales y personales, verse cara a cara, con el bancario o banquero de turno? Importan el producto, el servicio y el precio. La banca no entiende de romances.

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