
Directora adjunta de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

Gemma Martínez
Gemma MartínezDirectora adjunta de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA
Periodista
Barcelona llora por el último panadero de Sarrià

Boom de hornos de pan panaderías y desgustación en la calle Major de Sarrià Fotografía de Ferran Nadeu
La Barcelona que se desvanece, esa que agrupa a los nostálgicos convencidos de que cualquier tiempo pasado fue mejor, llora hoy por el cierre del Forn de Sarrià. El establecimiento, abierto en 1904 y propiedad de los hermanos Blas y Silvia Aranda, era la última panadería artesanal que quedaba en la calle Major de Sarrià, tomada ahora por los reyes del pan congelado y franquiciado. Lejos quedan los años de principios del siglo XX, cuando la vida de la villa que después se anexionó a Barcelona giraba en torno a la plaza, la Iglesia y el comercio local. Los panaderos, además, gozaban de un gran respeto, nunca andaban faltos de aprendices y transmitían el oficio de generación en generación. El paisaje es otro ahora y los hermanos Aranda dejan el negocio, incapaces de hacer frente a la competencia del pan de bajo coste y tras fracasar en la búsqueda de relevo para un local que ha sido el sustento de seis generaciones.
Es cierto que el horno era uno de los símbolos de identidad de un barrio que sufre por la pérdida de los referentes de su memoria colectiva. También cabe reconocer que su propietario contribuía a preservar las buenas artes del oficio y que dejaba a la oferta industrial a la altura del betún. Del mismo modo, hay que admitir que la desaparición del local contribuye a homogeneizar y empequeñecer la oferta comercial del barrio. A su vez, es innegable que las nuevas generaciones huyen de los oficios artesanales, sobre todo si implican esfuerzos físicos, jornadas maratonianas y horarios nocturnos, como sucede en el caso de las panaderías.
Pero llorar el cierre del horno, como si se tratara de la pérdida de un viejo amigo, no sirve de nada. Más bien hay que poner el foco en aquellos vecinos ausentes, que dejaron de comprar, y que ahora se unen al lamento colectivo. Quizá con su apoyo el Forn de Sarrià habría sobrevivido. En todo caso, tendrían que recordar que existen otros hornos artesanales en las inmediaciones del barrio, que mantienen la tradición y que valen la pena. Realizar la compra diaria allí ayuda a su supervivencia y frena el llanto del mañana.
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