
Profesora en el IQS

Cristina Montañola
Cristina MontañolaProfesora en el IQS
Profesora en el IQS
¿Nos está ayudando la inteligencia artificial… o solo estamos haciendo más cosas más rápido?
La IA no me ha quitado trabajo. Me ha dado otro tipo de trabajo: más estratégico, más creativo, más invisible… y, a veces, más agotador

La IA dice que piensa, pero en realidad no llega: colapsa cuando el razonamiento es complejo. / ChatGPT/T21
Hay una sensación extraña que empieza a extenderse, aunque nadie la nombre del todo. La de estar haciendo más que nunca… y, sin embargo, no sentirnos más tranquilos. Al contrario: más agobiados, más atareados, más atrapados en una rueda que gira cada vez más rápido.
La inteligencia artificial prometía liberarnos del trabajo repetitivo, del bloqueo creativo, de la falta de tiempo. Y lo está haciendo. Pero en lugar de reducir la carga, la está transformando. Ahora que podemos hacer más, se espera que hagamos más. Y nosotros mismos lo queremos: abrir nuevos proyectos, controlar más aspectos, explorar más posibilidades. Porque ahora es posible.
Pero… ¿qué significa enseñar en tiempos de inteligencia artificial? ¿Puede una tecnología que lo hace 'todo' ayudarnos a enseñar mejor… o solo a ir más deprisa?
A mí me pasa. Soy profesora universitaria e investigadora y utilizo un asistente de IA cada día. Me ayuda a preparar clases, crear rúbricas, diseñar actividades, resolver dudas conceptuales… cosas que antes me llevaban horas. Esta herramienta me permite optimizar el tiempo y dedicar más atención a lo esencial: acompañar a los estudiantes, fomentar el pensamiento crítico y supervisar de cerca los procesos de aprendizaje.
No me ha quitado trabajo. Me ha dado otro tipo de trabajo: más estratégico, más creativo, más invisible… y, a veces, más agotador.
Por supuesto, hay aspectos de la enseñanza que la IA no puede sustituir, como el trabajo experimental y la interacción humana. Pero gracias a esta capacidad de abarcar más, he lanzado propuestas que no habría podido porque era materialmente imposible.
Pero también he perdido algo: la sensación de ir al día. De tener las cosas bajo control. Porque cuanto más puedo hacer, más me embarco en hacer. Y los estudiantes no se quedan atrás. En asignaturas que imparto como Tecnologías Disruptivas, han adoptado la IA con naturalidad y entusiasmo: utilizan asistentes virtuales para diseñar 'utility tokens' dentro de una blockchain y desarrollar proyectos complejos. Algunos lo usan con madurez. Otros me confiesan que lo hacen para “quitarse el marrón”. Y a veces yo misma me pregunto si saben que están aprendiendo... o simplemente entregando. Aunque esto demuestra una adaptación rápida a las nuevas tecnologías, me preocupa si realmente están comprendiendo los conceptos o simplemente delegando el proceso de aprendizaje. ¿Estamos garantizando los resultados en un entorno donde la IA puede hacer gran parte del trabajo por nosotros?
Lo que ocurre en mi clase no es un caso aislado. En muchas universidades del mundo, la inteligencia artificial ya está en el aula. Algunas instituciones han optado por integrarla de forma estructurada. Es el caso de la Universidad Loyola, que ha celebrado jornadas de innovación docente para establecer una estrategia conjunta que permita incorporar esta tecnología de manera eficaz en toda su labor docente, investigadora y de gestión. En lugar de prohibirla, la han incorporado como una herramienta más, tanto para estudiantes como para profesores. ¿El resultado? Un cambio en la dinámica: los docentes pueden centrarse más en generar debate e inspirar pensamiento crítico, mientras los alumnos personalizan su aprendizaje.
En Estados Unidos, un análisis de políticas institucionales en más de 1.000 universidades revela que el 63% ya promueven activamente el uso de IA generativa en la enseñanza, con directrices claras para su integración.
Pero no todo son buenas noticias. En España, un estudio de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), dirigido por la doctora Margalida Capellà, ha puesto sobre la mesa una alerta clara: más del 50% de los estudiantes de Derecho encuestados usan ChatGPT para resolver tareas sin apenas haber leído el contenido. Los propios profesores detectan que los alumnos reproducen ideas bien formuladas… pero sin haberlas comprendido. De hecho, esto es lo que apunta un análisis reciente de 25 estudios sobre IA en la universidad, publicado en Review of Education (Zirar, 2023). Aunque reconoce que estas herramientas pueden potenciar la creatividad o el pensamiento estructurado, también advierte que un uso acrítico puede debilitar el aprendizaje real. El mayor peligro, concluye, no es tanto el plagio como la ilusión de haber aprendido: tareas bien hechas, pero sin comprensión profunda. Como quien sigue una receta perfecta sin haber probado nunca el plato.
Este fenómeno, más allá del plagio, apunta a un nuevo tipo de superficialidad académica: tareas correctas en la forma, pero sin sentido o comprensión real.
Además, la UNESCO ya ha alertado sobre la necesidad urgente de definir “el futuro que queremos” en relación con la inteligencia artificial en la educación. Propone un enfoque ético que ponga el acento no en prohibir, sino en formar en el uso consciente, reflexivo y justo de estas herramientas.
En este contexto, la función del docente ya no puede ser solo la de “enseñar contenido”. Eso puede hacerlo un buen asistente de IA. Nuestra tarea empieza a parecerse más a la de un curador, guía y entrenador del pensamiento. Somos quienes deben plantear buenas preguntas, generar escenarios retadores, detectar razonamientos flojos, y sobre todo, enseñar a los estudiantes a pensar con la IA, no a delegar en ella.
Sin embargo, hay dimensiones de la enseñanza que la inteligencia artificial no puede replicar. En instituciones como IQS, donde el trabajo experimental y la manipulación directa de materiales son esenciales, la IA no sustituye la experiencia práctica. La interacción en el laboratorio, la observación directa de fenómenos y el desarrollo de habilidades técnicas son aspectos insustituibles que requieren la presencia activa del docente y del estudiante.
La universidad tampoco puede quedarse al margen. Si seguimos evaluando como antes, diseñando tareas como antes, enseñando como antes, corremos el riesgo de volvernos irrelevantes. Pero si aprendemos a integrar esta tecnología de forma ética y pedagógicamente coherente, la universidad puede seguir siendo el espacio donde las personas aprenden a pensar críticamente, a convivir con la tecnología y a tomar decisiones con criterio.
Porque lo que está en juego no es solo qué aprenden, sino cómo aprenden y para qué.
La IA no va a parar. Y la educación, como siempre, irá unos pasos por detrás intentando ponerse al día. No tengo todas las respuestas, pero sí tengo una certeza: la docencia humana sigue siendo imprescindible. No para transmitir contenidos —eso lo hace una máquina mejor—, sino para acompañar el desarrollo del juicio, la ética y la autonomía intelectual. Para ayudar a los alumnos a distinguir cuándo confiar en una herramienta y cuándo ponerla en duda.
La inteligencia artificial puede ser un asistente brillante. Pero la inteligencia pedagógica, emocional y ética sigue siendo humana. Y ahora más que nunca, es esencial. Porque la educación no es —ni será— solo cuestión de respuestas. Es cuestión de criterio. Y eso, todavía, no se genera por inteligencia artificial.
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