Opinión | ASUNTOS PROPIOS
Núria Navarro

Núria Navarro

Periodista

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Mariona Roca, víctima del Patronato de Protección a la Mujer: "Dejé de comer y acabaron induciéndome el coma insulínico"

El lunes, la Conferencia Española de Religiosos pidió perdón a las mujeres que fueron encerradas en 'correccionales' durante el franquismo. Ella reclama verdad y reparación

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Mariona Roca.

Mariona Roca. / FERRAN NADEU

El Patronato de Protección a la Mujer fue una institución dependiente del Ministerio de Justicia que durante el franquismo controló los centros de internamiento para la "regeneración" de miles de mujeres jóvenes "caídas" o "en riesgo de caer". Bastaba con que una celadora, un familiar o un vecino las denunciara. Funcionaron entre 1941 y 1985 y las víctimas quedaron sepultadas bajo una montaña de silencio. Una de ellas fue Mariona Roca (Barcelona, 1952), cuyo infortunio narra 'Els buits', un corto documental nominado al Goya y premiado en Málaga y Andorra.

¿Cómo era usted en 1969?

Era la mayor de nueve hermanos de una familia muy católica y marcada por la guerra. Tenía 17 años. Daba clases en una escuela de monjas y estudiaba bachillerato nocturno, donde había gente del mundo laboral. Acababa de pasar el Mayo francés y participaba en acciones del Sindicato de Estudiantes, nada más allá de manifestarme, tirar octavillas y correr delante de los grises.

"No hice nada más allá de manifestarme, tirar octavillas y correr delante de los grises"

Hasta ahí, nada fuera de órbita.

En casa estaba muy claro lo que podía hacer y lo que no. No me dejaban llevar pantalones, por ejemplo. Una noche, después de una manifestación, no fui a dormir a casa y el control aumentó. Me ahogaba. Aproveché un viaje de estudiantes a Menorca para escaparme, pero al llegar al puerto de Mahón me detuvo la Guardia Civil. Me habían denunciado mis padres. Sin pasar por casa, me llevaron a una escuela de la parte alta de Barcelona, hasta que, con la ayuda de un tío mío, un sacerdote escolapio, me trasladaron a Madrid.

"Aproveché un viaje de estudiantes a Menorca para escaparme. Al llegar al puerto de Mahón, me detuvo la Guardia Civil"

Al convento de las adoratrices de la calle Padre Damián.

Recuerdo ver en el patio de muros altos a una chica cantando 'Bésame mucho' mientras se columpiaba (creo que hizo un intento de suicidio). Recuerdo el frío y el silencio. Era un sistema carcelario. Dormíamos 20 en una habitación, pero no nos permitían hablar entre nosotras. Nos levantaban a las 6 con jaculatorias, todo eran misas y rosarios y trabajábamos gratis en un taller donde se cosía ropa para unos grandes almacenes.

¿Todo eso por rebeldes?

Difícil saberlo porque no nos dejaban relacionarnos. Recuerdo a la hija de un militar que había quedado viudo y la había metido allí porque no sabía qué hacer con ella. Sí sé que el estatus cambiaba un poco si reconocías que eras una pecadora. Yo no lo hice. Y aprovechando un viaje a Barcelona para pasar la Navidad con la familia, me fugué. Estuve un tiempo escondida en un piso, pero comenzaron a amenazar a amigos y no quise perjudicar a nadie. Al día siguiente volvía a estar dentro.

"Cuando vi que no tenía salida, dejé de comer. Me ingresaron ocho meses en un psiquiátrico"

Esta vez sabía lo que le esperaba.

Me entraron a rastras. Cuando vi que no tenía salida, dejé de comer y me fui debilitando. Al final, me ingresaron en la Clínica Psiquiátrica San Miguel de Madrid.

¿Mucho tiempo?

Ocho meses. Después de dos sesiones de electrochoques, pasaron a inducirme comas insulínicos, un tratamiento que se había empleado con esquizofrénicas pero que estaba fuera de circulación. Me pinchaban cada mañana y al despertar del coma, me daban una medicación fuerte para revertir el efecto. Me convertí en un autómata. No recuerdo casi nada. Intenté fijar algún recuerdo escribiendo, pero solo conservo una agenda.

"Después de dos sesiones de electrochoques, pasaron a inducirme el coma insulínico. Me convertí en un autómata"

En esa agenda se compadece de sus padres.

Acabé creyendo que les estaba haciendo daño. En el sanatorio me dijeron que hasta que no llegase a los 40 kilos no saldría de allí. Comí, salí y cuando llegué a la mayoría de edad me fui de casa. Me acogió la madre de un amigo. Luego viví a tope. Trabajé en La Enagua, un bar donde se reunía la progresía que precedió al Zeleste, y entré en la tele como ayudante de realización. Tuve parejas e hijas.

¿Pudo hablar con su familia sobre el porqué de todo aquello? 

Se lo pregunté solo una vez a mi madre y se limitó a responder: "Nos equivocamos". Mi padre, que aún vive, me dijo un día: "Nosotros no perdimos nunca la tutela y, además, también lo pasamos mal". 

"El perdón debe venir después de un proceso de verdad y de reparación"

¿Les ha perdonado?

No. Me hicieron perder tres años muy importantes de mi vida y marcó para siempre mi forma de relacionarme. Sé que soy una persona que emocionalmente tiene problemas, pero he intentado ir al psicólogo y no lo soporto. Hablar de esto en casa y en público me ha costado. Ahora lo hago por todas las mujeres que pasaron por lo mismo que yo.

¿Le sirve la petición de disculpa de la Confederación de Religiosos?

No quiero que se blanqueen pidiéndome perdón. El perdón debe venir después de un proceso de verdad y de reparación. No sabemos cuántas estuvimos encerradas (se ha manejado la cifra de 41.000 al año). No existimos en la ley de Memoria Democrática. Hace 15 días he podido conseguir la ficha de entrada de las adoratrices. Solo eso. La Iglesia y el Ministerio de Justicia, del que dependían los centros hasta 1985, tienen que abrir los archivos y judicializar los casos, porque esas congregaciones continúan trabajando con mujeres y niños. 

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