
Economista. Profesora en la Universitat Pompeu Fabra (UPF).

Ester Oliveras
Ester OliverasEconomista. Profesora en la Universitat Pompeu Fabra (UPF).
Trump y las universidades
En seis meses escasos de mandato se ha quejado de que las facultades no son contundentes con el antisemitismo, ha descabezado las políticas DEI (diversidad, equidad e inclusión) y ha recortado fondos de investigación
El Gobierno de Trump escala su guerra con Harvard y le revoca la capacidad de matricular estudiantes extranjeros
Europa lanza un plan de 500 millones de euros para atraer a científicos expulsados por Trump

Leonard Beard.
Trump tiene el dedo puesto en el ojo de las universidades americanas, pero no a todas por igual. El foco está puesto en aquellas que tienen más prestigio -tanto públicas como privadas- y que están situadas, principalmente, en estados demócratas. Es decir, allí donde no gana.
En seis meses escasos de mandato se ha quejado de que las universidades no son bastante contundentes con el antisemitismo, ha descabezado las políticas DEI (diversidad, equidad e inclusión), ha recortado fondos de investigación, y continúa amenazando si no hacen lo que dice. El mes de abril, el presidente hiló fino y propuso la reforma del sistema de acreditación de las universidades, para entrar también en qué se imparte y quiénes lo hacen.
Las formas y paranoias del presidente no ayudan a valorar con la cabeza fría si alguna de las propuestas de cambio es coherente y puede tener sentido. Analicémoslo.
Una de ellas es que considera que en las universidades hay un exceso de pensamiento progresista y poco conservador. Lo describe como una carencia de diversidad intelectual y, aunque no se diga explícitamente, se refiere a la enseñanza de las ciencias sociales, como por ejemplo políticas o economía. Esto es cierto. La proporción de profesores progresistas es muy superior a la de los conservadores. Pero también es cierto que la selección de profesorado no se hace por ideología, sino por méritos de investigación. Y que muchas profesiones atraen a unos perfiles determinados y no a otros, y esto no es motivo de intervención.
La segunda propuesta cuestiona los sistemas de admisión. En Estados Unidos, cada universidad tiene la competencia de seleccionar a sus futuros estudiantes. Y no se hace solo a partir del expediente académico, sino que se añade un currículum completo, una carta de presentación o un breve trabajo. Además, las instituciones han podido añadir políticas DEI, es decir otras variables personales como la etnia o la orientación sexual. Se trata de un sistema que involucra criterios subjetivos. La elevada demanda en las universidades de más prestigio genera situaciones curiosas, como la de un chico caucásico y heterosexual que se planteó mentir sobre su orientación sexual para incrementar las opciones de entrar. Por suerte, accedió con la verdad. Pero en una sociedad tan propensa al litigio como la estadounidense, esta subjetividad ha sido llevada a los tribunales en varias ocasiones.
En este sentido, el libro de Malcolm Gladwell, 'La venganza del punto clave', explica el origen del cambio de una admisión basada en el mérito académico a una que incorpora elementos subjetivos: fue en la misma universidad de Harvard, para limitar el número de judíos que podían acceder. Era en 1925, cuando este colectivo ya representaba el 28% de los estudiantes y el sistema se ha mantenido invariable desde entonces. A esto hay que añadir varias vías de entrada directa, no meritocrática, algo sobre lo que escribiré en otra ocasión.
El tercer aspecto que Trump cuestiona es la calidad de las titulaciones que se imparten, tanto de grado como de máster. Según datos de la misma administración, solo el 64% de los estudiantes consigue acabar el grado en seis años. Y los que lo hacen, acceden a trabajos con una remuneración que no les permite pagar la deuda adquirida para poderla cursar. A pesar de que existen amplias variaciones, el precio medio de las matrículas en las universidades americanas se ha triplicado los últimos 60 años. Esto supone un gran esfuerzo económico para las familias, o para los mismos estudiantes, que no acaba siendo recompensado.
Trump prepara un equipo de acreditadores para que validen o 'riñan' a las universidades, con amenazas de no renovar líneas de financiación. Y todas han ido claudicando, excepto Harvard, que se está manteniendo firme incluso ante la directriz de no otorgar visados a sus estudiantes extranjeros. De momento, la justicia está del lado de la prestigiosa universidad, pero un presidente tan imprevisible genera una incertidumbre que Europa tiene que aprovechar. La Unión Europea ya tiene a punto el programa para captar investigadores. Es posible que el alcance sea limitado, por el hecho que supone mover una familia a otro continente y de Trump, con suerte, solo quedan tres años y seis meses. En cambio, estudiantes que tradicionalmente elegían los Estados Unidos pueden descubrir a Europa y, si lo hacemos bien, cierto impacto se podría mantener en el tiempo.
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