Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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Un no sé qué de libre y de gozoso

Es fascinante ver cómo el tenis ha ejercido de imán literario a lo largo de la historia

Sinner, sin método para batir a Carlos Alcaraz

Winner Spain's Carlos Alcaraz, right, and Italy's Jannik Sinner hug after the final match of the French Tennis Open at the Roland-Garros stadium in Paris, Sunday, June 8, 2025. (AP Photo/Thibault Camus). EDITORIAL USE ONLY/ONLY ITALY AND SPAIN

Winner Spain's Carlos Alcaraz, right, and Italy's Jannik Sinner hug after the final match of the French Tennis Open at the Roland-Garros stadium in Paris, Sunday, June 8, 2025. (AP Photo/Thibault Camus). EDITORIAL USE ONLY/ONLY ITALY AND SPAIN / Associated Press/LaPresse / LAP

¿Qué tienen en común Ezra Pound, Martin Amis, William Shakespeare o David Foster Wallace? ¿Y todos ellos en qué se parecen a Vladimir Nabokov o Robert Frost? ¿Y qué actividad les hermana, pongamos por caso, con Pau Casals, Josep Carner, J.V. Foix, Joan Vinyoli o Pompeu Fabra? El tenis. Todos estos escritores o bien jugaron o escribieron sobre el deporte de la raqueta y la red. Uno de ellos, Frost, poeta inglés, defendió las constricciones del arte literario frente a lo que algunos consideran como libertad creativa con una reflexión ingeniosa que tanto sirve para el tenis como para la literatura. "Para mí", dijo, "escribir en verso libre es como jugar al tenis sin red". Es decir, la red define el deporte, la red que la pelota debe superar, la que el tenista no puede tocar, la red que separa ambos terrenos de juego. Sin este obstáculo, el tenis no existiría, si bien las primeras noticias que tenemos del deporte, y que podemos hacer retroceder hasta la edad media, nos hablan de confrontaciones donde no había red y se acercaban a lo que podríamos llamar frontón. Más adelante, en el siglo XVI y XVII, la cosa se sofisticó con el llamado 'Real Tennis', 'indoor', con paredes incluidas, quizás un pariente lejano del pádel. Shakespeare lo conocía y lo usa en 'Enrique V', la heroica aventura del rey inglés en Francia. Cuando un emisario del enemigo se presenta en el campamento con unas pelotas de tenis (que en aquella época se rellenaban de lo que fuera, incluso de pelo humano), Enrique se enfada mucho porque percibe un mensaje bélico y le responde que no saben con quién se la juegan, los franceses, porque “todas las pistas de Francia quedarán trastornadas con mis voleas”.

Es fascinante ver cómo el tenis ha ejercido de imán literario a lo largo de la historia. Quizás el caso más intenso y más exitoso, literariamente, es 'El tenis como una experiencia religiosa', el magnífico libro de crónicas de David Foster Wallace, basado sobre todo en la observación sistemática del juego de Roger Federer y en su dimensión “misteriosa y metafísica”. La descripción de uno de los juegos (con 16 intercambios de golpes) entre el suizo y Rafa Nadal en el Wimbledon de 2006, es una pieza maestra. Aquí, el tenis también tuvo instantes brillantes. Se los debemos a la generación de primeros de siglo, que es cuando el tenis se instaló como una práctica elegante y sofisticada, me atrevería a decir 'noucentista'. Carner tiene un soneto delicioso sobre una chica que jugaba sobre hierba en La Garriga y J.V. Foix, que jugaba en el Club Pompeia de Barcelona, dice que “es un deporte completo, con todos los elementos necesarios para sentirse físicamente recobrado, y con un no sé qué de libre y de gozoso”. He pensado en todo esto (y me dejo muchos: Vinyoli describe las sacudidas de la vida con una metáfora tenística en “Passing-shot”) a raíz de la fenomenal final de Roland Garros. Este deporte es poético, porque se juega sin tiempo. Para ganar se precisa un golpe final. No puedes dejar que pasen los segundos sin hacer nada. Una experiencia religiosa, como decía Wallace.

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