De clientes a camarlientes
En unos tiempos en que uno puede sentirse hombre, mujer o persona no binaria según se levante con el pie izquierdo o con el derecho, es normal que se haya fusionado el camarero con el cliente

Un hombre se echa un terrón de azúcar en un café con leche en una cafetería de Barcelona.
Tras más de una hora en la cafetería, leyendo, trabajando con el portátil, llamando por teléfono a mi madre y esperando en vano que viniera un empleado a ver qué quería, se me acercó una camarera a indicarme que, si quería ocupar una mesa, debería tomar algo. Ya era hora.
-Tráigame un cortado. Con poca leche, por favor.
-No servimos en las mesas, debe pedir en la barra y recoger usted mismo la comanda.
-¿Y traérmela también yo a la mesa?
- Por supuesto.
Tentado estuve de pedirle un uniforme como el suyo, con el nombre escrito en la pechera, a uno le gusta trabajar con la equipación completa. Hice como me fue ordenado, y aun agradecí no tener que entrar en la barra para prepararme el café. De momento esa labor la sigue haciendo una empleada, por lo menos hasta que al empresario caiga en la cuenta de que le saldrá más barato que sea también el cliente quien maneje la cafetera. Y que, al terminar el desayuno, limpie la mesa. El paso definitivo hacia el ahorro empresarial será cerrar la cafetería y quien quiera café que se lo tome en casa, así no tendrá que pagar el sueldo a los trabajadores ni el alquiler del local. Negocio redondo.
Habrá que cambiar el nombre a los camareros -pensé para mí-, por lo menos en estos lugares, cada vez más abundantes, donde quien ejerce esa función es el cliente. Según el diccionario, camarero es la “persona que tiene por oficio servir consumiciones” y aquí se conforman con ponerte el pedido en una bandejita y allá te las compongas. Debe de ser un signo de esta era. En unos tiempos en que uno puede sentirse hombre, mujer o persona no binaria según se levante con el pie izquierdo o con el derecho, es normal que se haya fusionado el camarero con el cliente. El nuevo híbrido debería llamarse “camarliente”.
Lo de hacer que trabaje el usuario empezó en las gasolineras, aunque sé de una, camino de L’Escala -no pienso revelar nada más, es mi secreto-, donde todavía sale el empleado a llenarte el depósito, un día le diré que me limpie los cristales y me compruebe el aceite, no por necesidad, solo por recordar viejos tiempos en los que los clientes no eran todavía 'camarlientes'. Hace mucho que no subo en un taxi, supongo que ahora es el cliente quien conduce, con el taxista sentado detrás, dando indicaciones. Y cobrando al final, claro está. Como en las cafeterías, que trabajar, trabajan menos, pero el precio no disminuye.
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