Opinión | Tablero político
Pilar Rahola

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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El gran sainete

La política española se ha convertido en un vodevil de baja estofa que arrastra el debate público al nivel de las alcantarillas

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Archivo - El Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz, durante su comparecencia en la Comisión de Justicia, en el Senado, a 18 de febrero de 2025, en Madrid (España).

Archivo - El Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz, durante su comparecencia en la Comisión de Justicia, en el Senado, a 18 de febrero de 2025, en Madrid (España). / Fernando Sánchez - Europa Press - Archivo

Pienso en Francisco de Quevedo y en su pluma ácida, capaz de retratar la decadencia política y militar que le tocó vivir. ¡Cómo disfrutaría el gran escritor de 'El Buscón' haciendo burla despiadada de estos tiempos dantescos! ¡Y qué maravilla nos legaría Valle-Inclán, de la mano de Max Estrella y don Latino de Hispalis, paseando por este Madrid turbio y oscuro! Y entre todos, qué hilarante 'Escopeta Nacional' surgiría de la sabiduría de Berlanga, el gran retratista del absurdo. De las Leires y los Aldamas a los whatsapps de los Ábalos, o las Cospedales que resuenan en las gargantas profundas de los Villarejo, pasando por las espantadas de las Ayuso, la política española se ha convertido en un vodevil de baja estofa que arrastra el debate público al nivel de las alcantarillas. No hay vida política en todo este sainete, hay despropósito de barra de bar, mediocridad insulsa y una tendencia desaforada por el género burlesco.

Y, aun así, es justamente ahora, cuando pasan cosas importantes en la vida política, que haría falta un nivel político de más altura. Sobre todo porque, según el calendario, el próximo miércoles empezarán las deliberaciones en el Tribunal Constitucional que tendrían que concluir -si se confirman los pronósticos- con la validación de la ley de amnistía. Será el principio del fin de un pulso ideológico perpetrado por el poder judicial contra el poder parlamentario, convertidos los tribunales en parlamentos paralelos. Quedarán otros flecos, como el incidente de nulidad presentado en el Supremo por parte de Puigdemont y Comín por no haber aplicado la ley de amnistía, cuestión que se tendría que haber tratado con celeridad, pero que el Supremo aplaza eternamente utilizando -Boye 'dixit'- “los plazos procesales como arma política”. Y finalmente, el otro fleco, el de la malversación, el proceso del cual empezará el próximo julio en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, donde se verán conjuntamente las cuatro cuestiones prejudiciales que han enviado desde España. Estamos a punto, pues, de vivir el cierre de un ciclo político de cerca de quince años, es decir, casi una generación, si contamos desde 2012, el año en que empieza a girar el soberanismo hacia el independentismo, y el año en que empieza a funcionar la 'Operación Cataluña'. Un cierre que solo se producirá con el retorno del president Puigdemont, sin el cual el ciclo no se cierra. Obviamente, esto no quiere decir que se cierre la cuestión catalana, pero sí que se cerrará el ciclo que culminó con el Primer d'Octubre.

Estamos, pues, en un momento importante donde se definirán las reglas de juego de los próximos años políticos. Y es justamente en este momento donde la política española ha entrado en una espiral de barro, el resultado de la cual es incierta y preocupante. Por un lado, el PSOE gobierna en precario, y acumula miserias que van desde el escándalo de los Ábalos y las Leires, hasta la vergüenza de mantener en el cargo al fiscal general, a pesar de estar imputado. Por mucha guerra sucia que los socialistas adjudiquen a su imputación, es evidente que mantenerlo deja a la institución muy tocada. Además, el PSOE vive su propia guerra interna, con los Page de turno haciendo méritos a expensas de los catalanes, como buenos émulos de los Rodríguez Ibarra de aciaga memoria. Y, del otro, el PP ha entrado en una vorágine de radicalización que impide cualquier centralidad política. Solo faltaba la guerra también cainita entre Feijóo y Ayuso, y la necesidad desesperada para mantener las buenas relaciones con Vox, para convertir al PP en un partido inservible para dibujar un escenario de mínimo entendimiento. El PP se ha instalado en la idea de una España agresiva, desagradable y totalmente contraria a la pluralidad de identidades y lenguas, y esto le puede ayudar a vencer electoralmente, pero a expensas de dejar a millones de personas fuera del Estado que representa.

Entre unos y otros, la inevitable sensación que la política española -incluyendo el ámbito judicial y periodístico- ha entrado en barrena hacia el lodazal más espeso, y no parece que nadie tenga capacidad de parar la caída libre. En 'Luces de bohemia', Max Estrella dice que “en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza”, y la denuncia sobrevive en el tiempo. Pero, sobre todo, se premia la mediocridad, la virtud más valorada para ejercer la política.