Opinión | Casa Leopoldo

Agnès Marquès

Agnès Marquès

Periodista

La nostalgia no es mala

El resucitado restaurante Casa Leopoldo de Barcelona homenajea a Rosa Gil, su genio y figura

Seis establecimientos emblemáticos de Barcelona resucitan con nuevos operadores

Carme Ruscalleda; Eduardo Mendoza;  el copropietari de Casa Leopoldo, Bruno Balbás; Rosa Gil; la seva filla Carla, i, darrere, Daniel Vázquez Sallés, ahir al restaurant. | FERRAN NADEU

Carme Ruscalleda; Eduardo Mendoza; el copropietari de Casa Leopoldo, Bruno Balbás; Rosa Gil; la seva filla Carla, i, darrere, Daniel Vázquez Sallés, ahir al restaurant. | FERRAN NADEU

El miércoles al mediodía me acerqué a Casa Leopoldo, en el barrio chino barcelonés. Rosa Gil, la nieta de aquel Leopoldo, reunía allí a amigos y conocidos del restaurante para recordar que esas paredes embaldosadas cuentan buena parte de la historia del siglo XX de Barcelona, y para celebrar que el grupo Banco de Boquerones le está dando una nueva vida después de varios tropiezos e incluso una vida fugaz como restaurante chino. Nunca será aquel Casa Leopoldo, pero se recuerda su historia, que es lo que a las ciudades les da profundidad. Que haya un local con personalidad taurina en la primera ciudad española que se declaró antitaurina (2004) es necesario para explicar el carácter de Barcelona; si se borra la memoria, no se entiende nada. 

A mí de Casa Leopoldo me había hablado Paquita. La conocí cuando tenía 78 años y vivía cerca de Nou de la Rambla, en un piso con varias alcobas. Aunque ya no se prostituía, seguía arreglándose para hacer girar cabezas por la calle. Escogía un vestido entre las montañas de ellos que tenía tendidos sobre una cama y, aún esbelta, se recogía lentamente el pelo blanco en un moño, decorado con una castañeta roja. Mirándose en un pequeño espejo junto a la puerta me dijo, divertida, que de joven, si un día se levantaba con ganas de comer gambas, bajaba a la calle, hacía lo que tenía que hacer y se iba al Leopoldo a ponerse las botas. La parte buena, decía ella, de su negocio. Allí conoció a futbolistas, toreros y hombres de negocios, uno de los cuales —un gran hombre de Barcelona— la cuidó durante el embarazo de su único hijo y, al parir, se olvidó de ella. 

Paquita murió hace unos años y en su piso de alcobas alguien habrá tirado paredes y lo habrá convertido en un loft luminoso y más salubre, sin duda. Me gusta pensar que la persona que ahora vive allí algún día se pasa por el Leopoldo a comerse unas gambas, aunque con un café bastaría para que el círculo se cerrara. 

A los barceloneses se nos da bien llorar por locales históricos que cierran y en los que no habíamos puesto los pies en años. La nostalgia no es mala, dijo uno de los invitados el miércoles en Casa Leopoldo. Es, quizá, la forma más bella de memoria. Pero, ¿y si solo queda nostalgia? 

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