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Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Avanza la doctrina Trump de la impunidad

Trump y Musk, el 30 de mayo, dia en que se confirmó la salida del empresario de la Administración. | MOLLY RILE / EUROPA PRESS

Trump y Musk, el 30 de mayo, dia en que se confirmó la salida del empresario de la Administración. | MOLLY RILE / EUROPA PRESS

La doctrina de la impunidad gana terreno a toda máquina. Pocas certidumbres son tan sólidas como las relacionadas con la imposibilidad de llevar algún día ante la justicia internacional a personajes incursos en la perpetración de horrendos crímenes contra la humanidad. Es más, hay países -quizá bastantes- que en ningún caso entregarán al Tribunal Penal Internacional (TPI) a personajes con la catadura moral de Vladimir Putin, Binyamin Netanyahu y otros menos conocidos, pero no menos responsables de toda suerte de desmanes y bajezas. La sombra alargada de precedentes históricos recientes no planea sobre sus cabezas; los magistrados del TPI carecen de medios para someterlos a su jurisdicción por la naturaleza de sus delitos, frecuentemente transmitidos en directo por los noticiarios, y penar por ellos al final de procesos celebrados con todas las garantías legales a la luz del derecho internacional.

Richard Haass, presidente emérito del Council on Foreign Relations, ha publicado un artículo con el expresivo título La doctrina Trump en el que pone de manifiesto la contribución del presidente de Estados Unidos en el asentamiento de la doctrina de la impunidad. “Si bien no se ha presentado explícitamente la doctrina Trump, una ha comenzado a surgir. Podría llamarse la doctrina de ‘hacer la vista gorda’, la doctrina de ‘no ver el mal, no oír el mal y no hablar del mal’ o la doctrina de ‘no es asunto nuestro’”, escribe Haass. Ese “cambio radical respecto al pasado” le lleva a citar la relación que mantiene Trump con Netanyahu y con otros líderes de comportamiento inasumible desde un compromiso democrático solvente, y presenta como “lo más cercano a una articulación pública de la nueva doctrina” el discurso del presidente en Arabia Saudí el 13 de mayo, donde “habló con admiración de lo que describió como la gran transformación de ese país” sin intervención occidental.

Lo que subraya el artículo de Haass es que, con independencia de la etiqueta, la doctrina de Trump “indica que Estados Unidos ya no intentará influir ni reaccionar ante el comportamiento de los países dentro de sus fronteras”. En verdad, no es esa actitud una gran novedad y abundan los ejemplos de blanqueo de regímenes indefendibles -la dictadura franquista, mediados los años cincuenta, uno de tantos-, necesarios para la acción exterior de Estados Unidos en su condición de potencia hegemónica. La gran novedad es que Trump se desentiende de la mitología del pueblo predestinado -o de la América mesiánica- cuya mayor y más alta misión es extender y fomentar la democracia liberal en todas partes. Y las diferentes versiones de la extrema derecha se apuntan a la causa trumpista, convertido el presidente en el gran líder de un nacionalismo populista de nuevo cuño en el que el prurito democrático no tiene cabida.

No es Trump el promotor único de ese gran cambio, pero dispone de una potencia de juego, si así puede llamarse, a la que no pueden ni siquiera soñar sus émulos más conspicuos. Pueden agitar la opinión pública, prodigarse en desplantes y bravuconadas -Javier Milei, muy reseñable-, pero carecen del ámbito de influencia de Trump. Contribuyen, eso sí, a extender la sensación de creciente desorden a escala mundial, cada día más alejadas de alguna forma de sistematización las relaciones entre estados, entre aliados y entre adversarios. En la improvisación, cambios de criterio y amenazas más o menos abruptas no hay forma de dar con algo que vaya más allá de su radicalidad vociferante -la guerra arancelaria, por ejemplo- para aparecer luego con varios ases en la manga e imponer su diktat en todas direcciones, en toda clase de conflictos o crisis.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial han proliferado las doctrinas atribuidas a los presidentes. En ninguna de ellas, como sucede con la esbozada por Trump, tuvieron tan poco peso la búsqueda de coartadas democráticas para sustentarlas, para justificarlas, aunque fuesen muchas o las más de las veces manifiestamente intrusivas, formas de injerencia cuyo argumentario ideológico se remonta a la máxima del presidente James Monroe (1817-1825): “América para los americanos”. La desnudez presente de la Realpolitik de la Casa Blanca lleva al nobel Joseph Stiglitz a recordar que “el crecimiento económico no debería medirse solo en términos de PIB, sino también considerando el bienestar de las personas”; mientras tanto, la arremetida arancelaria puede provocar una mezcla perversa de recesión con inflación -la llamada estanflación-, cuyos primeros perjudicados serían los ciudadanos de Estados Unidos. ¿Cabe hablar también aquí de doctrina de la impunidad habida cuenta la imposibilidad material de neutralizar los designios de Trump?

Un día de invierno de 2018, un funcionario avisado de la Unión Europea aventuró que precisaban los Veintisiete un mecanismo preventivo de respuesta si desde Estados Unidos se impugnaban las reglas básicas del orden internacional y la economía global. A mitad del primer mandato de Trump, instalado en un desorden permanente, vio el posible punto de partido de un desorden a gran escala, con consecuencias perniciosas para Europa. De vuelta a la Casa Blanca, bastante de lo pronosticado entonces toma forma o amenaza con tomarla y hacer saltar por los aires las convenciones esenciales que, con grandes limitaciones y conocidas transgresiones, ordenan las relaciones internacionales. Si la doctrina de la impunidad avanza incontenible, encarnada en nombres propios y desmanes oprobiosos, ¿cuál será el siguiente paso? Richard Haass, como tantos conservadores ilustrados, cabe interpretar que teme que se cumplan los peores vaticinios.

En la atmósfera viciada de las relaciones Trump-Musk o viceversa, propia de un garito de mala reputación, nada sorprende. Todo se ajusta al perfil de una Administración instalada en la grosería, el sectarismo y otros atributos malsanos, entre los cuales tiene acomodo la doctrina de la impunidad. Todo es posible a partir del momento en que las diferencias se sustancian en las redes sociales -Twitter y Truth Social- y no bajo el techo de las instituciones y sus procedimientos pautados. La frase con la que es recibido Dante Alighieri a las puertas del infierno no ha perdido un ápice de preocupante vigencia: “Aquellos que entren aquí, abandonen toda esperanza”.