Llevando consuelo a todos
De pequeño, Carner no se sentía atraído por los juguetes, aprendía a leer antes de saber hablar y, desde el balcón, contemplaba "el espectáculo del cielo"
Josep Carner, medio siglo

Josep Carner, en el aeropuerto de El Prat, en abril de 1970.
Este miércoles se cumplen cincuenta y cinco años de la muerte de Josep Carner. Había regresado a Catalunya justo dos meses antes, a primeros de abril de 1970, pero aquella irrupción desde el exilio, que duró poco más de cuarenta días, fue incómoda para algunos y, para él, una especie de retorno devastador y fantasmagórico porque ya era un hombre, como dijo su esposa, Émilie Noulet, “que ha perdido el pasado”, un hombre que apenas reconoció a la Barcelona que llevaba más de 30 años sin pisar. Todo esto lo explica muy bien el poeta y profesor Jaume Subirana en el libro que escribió sobre el exilio de Carner, aquellos últimos años en Bruselas, “la rara presencia de la vejez preservándose de la amargura” (como afirmó Agustí Bartra), el lento camino sin retorno hacia el olvido. Poco después de regresar de Barcelona, a causa de una crisis asmática que agravó la bronquitis crónica que sufría, Carner murió el 4 de junio, sobre las diez y media de la noche, en la casa del número 64 de la Rue Lincoln. “Leyendo a Carner cuando tenía trece años”, confesó Joan Ferraté, “es cuando aprendí a entender la poesía”. Por eso, seguramente, para rendirle homenaje y para dejar constancia de la trascendencia de Carner y de lo que hay que aprender de su poesía, el propio Ferraté escribió un poema bellísimo (con una combinación de alejandrinos y decasílabos) que lleva la fecha de la muerte, aquel 4 de junio de 1970. Habla del "señor que iba por el campo" y que volvía a casa y que, después, "decía lo que había visto" y, con ello, llevaba consuelo al lector. No se puede ser más preciso. Parece que la anécdota (el señor que camina, es decir, observa; el señor que se sienta para escribir lo que ha visto y extrae de ello no solo una experiencia, sino una lección moral) proviene de la respuesta ingenua y sincera de un niño cuando le preguntaron quién era Carner. No me pregunto qué contestarían los chavales de hoy porque no tengo ganas de deprimirme.
Ahora toca reivindicación y exaltación. Las practico mientras hojeo las monumentales entregas que nos ha regalado el profesor Jaume Coll Llinàs en los tres tomos editados hasta ahora del primer volumen de la edición crítica de Carner. Más de 3.200 páginas que nos "cartografían" (lo dice él mismo) la trayectoria del poeta hasta 1924. Queda mucho trabajo, todavía, porque "la brutalidad de miles de formas de los poemas" exige un trabajo filológico homérico. Parece, sin embargo, que se anuncian, para este mismo año ediciones divulgativas, como la recuperación de 'Nabí' o, más adelante, del mítico 'Poesía 1957', los 896 poemas que conforman el legado majestuoso de aquel que, como escribió Narcís Comadira, “nos adiestra con su sabiduría, nos emociona con su piedad, nos acompaña con su humanidad enorme”.
Jaume Coll nos explica que, de pequeño, Carner no se sentía atraído por los juguetes, que aprendía a leer antes de saber hablar y que, desde el balcón, contemplaba "el espectáculo del cielo". Aquella naturaleza transformada en cultura que “de mayor pintaría con una magia verbal inagotable”. Llevando consuelo a todos.
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