Opinión | Gárgolas
Josep Maria Fonalleras
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Preferiría no hacerlo

Para el PSOE, se trataba de ganar o vencer. Ganaba si la propuesta prosperaba y vencía también si se demostraba que la negativa no era culpa del desinterés, sino de posturas enfrentadas en el seno del Consejo contra la posibilidad de la extensión del abanico lingüístico

La UE aplaza la decisión sobre la oficialidad del catalán ante la falta de unanimidad

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España, José Manuel Albares, en una foto de archivo.

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España, José Manuel Albares, en una foto de archivo. / Alejandro Martínez Vélez - Europa Press - Archivo

No era necesario ser un analista experimentado o un adivino con bola de cristal para prever que el catalán no superaría la prueba del Consejo de la UE para convertirse en lengua oficial de la Unión. Los días previos a la votación que finalmente no se ha realizado ya se habían filtrado posiciones contrarias (o dudosas, para los más optimistas) a la entronización de la lengua como una más del amplio abanico de lenguas reconocidas en Europa. Se ha aplazado la decisión, como ya ocurrió hace año y medio, y como probablemente ocurra en junio y quizás también en septiembre, que es cuando el Consejo se volverá a reunir. Es decir, nada nuevo bajo el sol. ¿Habíamos volcado esperanzas en Bruselas? Quiero pensar que sí, que algunos veían rendijas por donde extender la unanimidad. Y también quiero pensar, porque se ha hablado sobradamente y tenemos datos concretos y tangibles, que tanto la propuesta como las gestiones del Gobierno español han sido fundamentadas y sinceras. E intensas. Cada uno es libre de opinar si la acción gubernamental responde a una estrategia posibilista en la que se han empleado gran cantidad de esfuerzos, sabedores de la muy probable negativa europea, o si realmente ha sido un proyecto sólido por parte del gobierno, más allá de los pactos con Junts. Si ha sido, en definitiva, una estratagema basada en gestos ampulosos que ya se sabía de antemano que no desembocaría en el reconocimiento del catalán o si la maquinaria diplomática española ha optado no solo por quemar pólvora, sino por disparar con bala y marcar una línea de actuación política en Bruselas.

Para el PSOE, se trataba de ganar o vencer. Ganaba si la propuesta prosperaba y vencía también si se demostraba que la negativa no era culpa de la poca beligerancia o del desinterés, sino de posturas enfrentadas (y muy radicalmente contrarias) en el seno del Consejo contra la posibilidad de la extensión del abanico lingüístico. Intereses geopolíticos, centralismo jacobino, luchas internas, previsiones económicas o rechazo a las minorías nacionales son algunos de los argumentos que ilustran el desprecio europeo o, en el mejor de los casos, la decisión bartlebyana de postergar la resolución 'sine die'. “Preferiría no hacerlo”; "necesitamos tiempo"; o "no eres tú, soy yo". Esto es lo que ha dicho Europa, con Alemania e Italia a la cabeza, en buena parte gracias a las incesantes presiones del PP (y también de Vox) para evitar la consecución de un estatus legal que habría significado mucho (simbólicamente, pero también en el día a día) para la lengua catalana. He pensado en un episodio de hace 50 años, cuando 18 concejales del ayuntamiento de Barcelona votaron contra una mínima partida presupuestaria de 50 millones de pesetas para promover la enseñanza en catalán. La Trinca compuso una canción que decía más o menos así: "“No ho sabria dir, si és que algú ho desitja, / si n’eren divuit o dotzena i mitja. / Tralarala-la-là, que voten, que voten. / Trolorolo-lo-ló, i voten que no”. Dolors Montserrat, por su terquedad contra la lengua, merece una versión contemporánea de aquellos 'Divuit jutges'.

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