Opinión | Verdiales
Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Periodista y escritora

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¿Y ahora qué?

Una chica leyendo en un parque

Una chica leyendo en un parque / 123RF

Llevo unos días, semanas ya, en realidad, sin leer. Voy a tratar de explicarme mejor para que se comprenda lo que quiero decir, no se me entienda en términos absolutos, que son los que se aplican ahora a casi todo, nos hemos vuelto, la sociedad, de un categórico que asusta y enmudece a quien busca la medianía. Desde hace unos días, semanas ya, en realidad, no le dedico a la lectura ni el tiempo ni la entrega a los que acostumbro desde bien pequeña. Si, desde hace unos días, semanas ya, en realidad, no leo a diario al menos una hora, por la noche, antes de dormir, para atrapar el sueño, llamarlo, que venga a mi encuentro, es porque estoy rendida, palabra que, además de describir al sumiso, es afín a cansado, agotado, derrengado, exhausto.

Así estoy, y me siento, vencida por la intensidad de unos días, semanas ya, en realidad, en los que no he podido disfrutar de la incomparable sensación de leer para seguir viviendo, una vez la vida cotidiana se ha detenido, pausado, hasta mañana, descansa. Lo he intentado, esos días, semanas ya, en realidad, buscar un libro que me cobije, en cuyas páginas logre concentrarme, meterme en su historia, salir de la mía, encontrar la calma que ansío pero rechazo, pues hay algo ahí, en la tranquilidad, el descanso, que me inquieta y perturba, no la merezco, eso creo.

Esos días, semanas ya, en realidad, repletos de actos, compromisos, trabajo, viajes, charlas, almuerzos, cenas, presentaciones, firmas, me han conducido a un estado de ansiedad en el que me tengo que acordar de respirar y donde la lectura se ha vuelto accesoria, prescindible, también el disfrute, la consciencia de estar viva y coleccionando experiencias únicas, e irrepetibles. Esa certeza, la de no valorar lo que tengo, lo que me sucede, no es nueva. Yo nunca estoy contenta, le dije uno de esos días, semanas ya, en realidad, a una compañera que no me conoce lo suficiente, aunque sí lo bastante para saber de mi carácter infausto. Me preguntaba, ella, mi compañera, si estaba contenta con todo lo que estaba pasando, mi novela, las celebraciones, las buenas críticas, los muchos lectores. Esa insatisfacción permanente, tan propia de mi personalidad, se ha unido, estos días, semanas ya, en realidad, a la inmediatez. Todo ocurre al mismo tiempo, y deprisa, se sucede sin pausa entre una cosa y la otra, ese intermedio tan propicio a la reflexión y el pensamiento, o a parar sin necesidad de ansiolíticos.

Estos días, semanas ya, en realidad, en los que no he sido capaz de leer más de cinco páginas seguidas, ha vuelto el insomnio y, con él, el vacío. ¿Y ahora qué?, ¿cómo seguir?, ¿qué escribir a continuación, después de todo lo hecho, habiendo convertido un dolor tan privado, y personal, en un objeto perdurable pero caduco? Tal vez me ocurra lo que a Leo, el escritor protagonista de la novela de Pier Vittorio Tondelli Habitaciones separadas, “él, que había confiado a las palabras, no todavía a la literatura, no todavía a los libros, sino precisamente a las letras y a los cuentos, toda el ansia y el deseo de un cambio en su vida, se encuentra ahora anulado por la falta de deseo por las palabras. Y, consecuentemente, por las cosas”. Quizás, sí, eso me esté sucediendo.

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