Opinión | Prostitución
Albert Soler

Albert Soler

Periodista

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Abolir, prohibir, tal vez soñar

Si de verdad se ven capaces de abolir lo que consideran perjudicial, podrían empezar por los robos, la drogadicción, la cerveza tibia, el hambre en el mundo, las guerras y las cartas de Pedro Sánchez a la ciudadanía,

Concentración de prostitutas y oenegés en contra de el proyecto de ley del PSOE para abolir la prostitución.

Concentración de prostitutas y oenegés en contra de el proyecto de ley del PSOE para abolir la prostitución. / MANU MITRU / EPC

Se nota que se acerca el verano porque nuestros políticos anuncian que quieren “abolir” la prostitución, esas cosas se proclaman cuando el calor aprieta, que es cuando los políticos notan que les sube la temperatura corporal y recuerdan -no por experiencia propia sino porque se lo contó un amigo- que hay quien se dedica profesionalmente al sexo. No quieren prohibirla, atención, sino abolirla. Prohibir la prostitución les parece poco, prefieren extinguirla, suprimirla de la faz de la tierra, tal vez hasta borrarla de la memoria de la humanidad. Uno cree que da lo mismo prohibirla que abolirla, e incluso que premiarla, porque nada va a cambiar. Si de verdad se ven capaces de abolir lo que consideran perjudicial, podrían empezar por los robos, la drogadicción, la cerveza tibia, el hambre en el mundo, las guerras y las cartas de Pedro Sánchez a la ciudadanía, todo ello peor que el sexo de pago.

Acostarse con alguien a cambio de dinero es mucho más honrado que hacerlo por amor, al amor nadie le ha visto jamás y al dinero lo vemos cada día, hasta podemos tocarlo y olerlo. Es muy fácil jurar amor entre las sábanas, pero nadie es capaz de comprobar si en verdad existe ese sentimiento o es simple palabrería, la gente es muy capaz de mentir para conseguir echar un polvo. Un billete de cien euros contante y sonante, en cambio, no engaña a nadie, es la prueba irrefutable de que ambas partes han llegado a un acuerdo satisfactorio. Hasta un collar de perlas puede valer para salir del paso. Tras el contrato social de Rousseau, el contrato sexual es el corpus filosófico que mejor regula el comportamiento humano.

Si consiguieran su propósito de convertir el planeta -es de suponer que no se contenten con abolir la prostitución en España, ya que los usuarios del servicio no tendrían más que cruzar la frontera- en un lugar donde el sexo se practique solo por amor o, en su ausencia, por placer, estaríamos a merced del engaño, cosa que es infinitamente peor que vender el cuerpo -o comprarlo-, ya que el sufrimiento del alma es mucho más atroz que el físico, como puede corroborar cualquier católico. Además, el dinero permite cuantificar exactamente la estima hacia la otra persona, abreviando la tradicional conversación postcoital.

-¿Me quieres mucho, cariño?

-Claro que sí.

-¿Pero mucho-mucho, o solo mucho?

-Mucho, mucho y mucho.

-Pues son 150 y la cama.

Como quiera que el proxenetismo, es decir, el obligar a alguien a prostituirse, ya está penalizado por la ley, queda claro que el objetivo es acabar con las señoritas que ejercen libremente su oficio, igual que lo hace cualquier trabajador. Uno, que se honra de ser firmante de la Plataforma Antiabolicionista junto a un gran número de profesionales del sexo, no termina de entender por qué se pretende impedir que estas se ganen la vida como les plazca. Uno de los argumentos habituales de los “abolicionistas”, es que las prostitutas cambiarían de oficio si se les ofreciera la oportunidad, de lo que se deduce que, en sus habituales trabajos de campo en el mundo del lenocinio, los políticos no se dedican precisamente a conversar con las profesionales, deben de estar a otras cosas. Aprovechando la visita deberían hablar un poco con ellas, aunque después el precio suba un poco, al fin y al cabo, pagamos entre todos. De hecho, lo de colocarlas en altos cargos y lo de llevarlas de excursión a algún parador debe de ser parte de la estrategia política para formarlas en otros oficios, una reconversión industrial parecida a la que se llevó a cabo con la siderurgia. Un gobierno progresista tiene la obligación de ayudar a las obreras afectadas por los cambios en el mercado laboral.

-Si le ofreciéramos otro trabajo en el que ganaran más dinero, seguro que dejarían la prostitución.

Todo el mundo cambiaría de trabajo si le ofrecieran mejor sueldo en otro, no solo las prostitutas, hasta los periodistas, aunque es cierto que, en algunos casos, entre uno y otro gremio las diferencias son imperceptibles. Si acaso, que aquellas tienen más dignidad.

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