Opinión | Bloglobal
Israel, una democracia en vías de extinción

Una mujer palestina camina entre las ruinas de Jabalia después del bombardeo israelí del último jueves. / BASHAR TALEB / AFP
Una tertuliana dice en un espacio de TVE Catalunya, muy avanzada la tarde, que hace falta que un juez establezca que la matanza de Gaza es un genocidio para que quepa utilizar tal término al describir la situación en la Franja. Andreu Claret cita en EL PERIÓDICO lo establecido en la Convención de 1948 -son actos genocidas los perpetrados “con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”- para preguntarse a renglón seguido: “¿Acaso no es esto lo que ocurre en Gaza?” Los afectos a la causa de Binyamin Netanyahu y sus secuaces de extrema derecha atribuyen al antisemitismo cuanto se dice y analiza de la masacre en Gaza, pero luego justifica el propio Netanyahu la necesidad de autorizar la entrada de ayuda en la Franja para neutralizar el estupor de la opinión pública en todas partes y de muchos aliados ante la multiplicación de imágenes de niños desnutridos. El general Yair Golan, exsubjefe del Estado mayor del Ejército israelí, no se anda con rodeos: “Un país sensato no lucha contra civiles, no mata bebés como pasatiempo y no se propone expulsar poblaciones”. La realidad es esta y el resto, el afán de los agitprop de desvirtuarla, de justificar lo injustificable.
Perder el tiempo discutiendo sobre la perversión de un festival musical sin mayor virtud que su repercusión multitudinaria es desviar la atención. Un certamen cuyos organizadores, la Unión Europea de Radiodifusión (UER), sostienen que es apolítico, y dicen tal cosa sin que se les caiga la cara de vergüenza, es mejor dejarlo al margen de lo que realmente importa: que se aplica a Gaza desde hace meses una operación de tierra quemada que no respeta nada ni a nadie (los últimos en riesgo, una veintena de diplomáticos europeos tiroteados en Cisjordania). Hace demasiado tiempo que los gobernantes israelís rebasaron los límites del derecho a defenderse después del golpe de mano terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023; ha sido preciso demasiado tiempo para que por fin la Unión Europea disienta de Estados Unidos y deje de justificar la operación de acoso y exterminio sistemático de la comunidad gazatí.
“Es necesario decir claramente que cuanto sucede en Gaza es inaceptable”, se subraya en un editorial del diario Le Monde, donde se resalta también que la coalición de Netanyahu “ha optado por una deriva que sitúa las autoridades israelís al margen de las naciones respetuosas con los derechos humanos”. Y transitando ese territorio es obligado preguntarse si Israel es una democracia en vías de extinción, sometido su futuro a los designios de la extrema derecha, del sionismo confesional, de un sectarismo obsceno; es preciso volver a algo perturbador en extremo: Netanyahu precisa la excepcionalidad de una guerra, cuanto más larga y divisiva más útil, para no acabar en la cárcel, condenado por corrupción.
La conversión de Israel en el Estado paria que avizora Yair Golan, con poder y bajo protección de Estados Unidos, pero paria al fin, es algo más que una posibilidad si las primeras reacciones internas ante el drama en curso no surten efecto. Porque cada día son menos quienes creen que las críticas y la oposición a la política israelí en tantos lugares son fruto del antisemitismo; arraiga, en cambio, en la opinión pública la convicción de que Israel no debe ser un Estado con derecho ilimitado a matar, a arremeter contra una población civil indefensa, hambrienta, agredida todos los días en medio de un paisaje de completa desolación. Y son todavía más quienes se preguntan cómo es posible que descendientes de las víctimas del Holocausto desencadenen tal martirio.
Jean Daniel (1920-2020), de ascendencia judía, educación laica y fundador del semanario Le Nouvel Observateur, publicó en 2007el ensayo La prisión judía. Respondía el título a la convicción del autor de que, sesenta años después de la fundación del Estado de Israel, los judíos se encerraron “en una prisión de muros invisibles, cuyo carcelero no es otro que Dios”, el Dios del Antiguo Testamento con tantas aristas cortantes como le quieran atribuir los exégetas que limitan la construcción de la identidad judío a “la Alianza bíblica, la diáspora, el sionismo, el derecho a la supervivencia y los desastres de una guerra sin solución aparente”. Las intuiciones de Daniel son hoy de aplicación para comprender hasta qué punto el fundamentalismo mosaico se ha adueñado del discurso político para justificar la tragedia de Gaza: en sus proclamas, todo tiene justificación porque se hace en nombre de Dios.
Lo cierto es que la muerte programada y sistemática no tiene justificación en ningún caso. Nada legitima matar inocentes, aunque el victimario invoque una causa justa; nada justifica el asesinato de dos empleados de la Embajada de Israel en Washington por un individuo que acompañó su fechoría con el grito Palestina libre. Hay en la larga y sangrienta crisis de Gaza un desafío moral colectivo, que quizá obliga a acudir al rescate de la famosa frase de Theodor W. Adorno en Sociedad y crítica de la cultura (1949): “Escribir un poema después de Auschwitz es bárbaro y eso corroe el conocimiento de por qué se ha hecho hoy imposible escribir poemas”. Movía por entonces a Adorno el temor de que cayese en el olvido el legado de los campos de exterminio; es preciso ahora preservar el recuerdo de la carnicería de Gaza para que quede sin efecto todo intento de relativizarla.
Conviene asimismo profundizar en los antecedentes bastante objetivables de cuanto sucede, incluida la responsabilidad israelí en el nacimiento y desarrollo de Hamás para debilitar a la OLP, a Yaser Arafat y a la Autoridad Nacional Palestina. Sin este patrocinio o encubrimiento sobrevenidos la organización fundada en Gaza por el jeque Ahmed Yasin en 1987 hubiese tenido una vida azarosa, y cuando diferentes gobiernos israelís quisieron acabar con ella, cayeron en la cuenta de que el genio había escapado de la lámpara. Nada es fruto de la fatalidad en la Franja, todo tiene causas precisas, identificables, explotadas luego por la política de las emociones, por los delirios expansionistas de líderes sin escrúpulos. Pocas semanas después de la operación Plomo Fundido en Gaza (2008-2009), el periodista Miguel Ángel Bastenier (1940-2017) lo resumió durante un coloquio sobre la situación en Oriente Próximo con su acreditada facilidad para la síntesis: “Cuanta más represión, más Hamás; cuanta menos represión, menos Hamás”. Repásese la historia de los últimos cuarenta años y se comprobará lo ajustado del aserto: sin la conversión de la Franja en un inmenso campo de concentración, los yihadistas nunca se habrían adueñado del escenario.
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