Opinión | Gárgolas

Josep Maria Fonalleras

Eurovisión, silencio, conciencias

Es irónico y malévolo querer preservar la falsa condición de un certamen dedicado sólo a la música y el espectáculo. Más aún cuando la patrocinadora es una marca israelí dedicada a la cosmética

Imagen del logo del festival de Eurovision 2025 que se celerba en Basilea.

Imagen del logo del festival de Eurovision 2025 que se celerba en Basilea. / FABRICE COFFRINI / AFP

Hacía años que no veía entero el Festival de Eurovisión. Hubo un tiempo en que, con una mezcla de tontería, aburrimiento, deberes profesionales y curiosidad, casi me aficioné a él. Por no hablar, claro, de la época de las canciones que han pasado a formar parte de nuestro imaginario sentimental, desde la Gigliola Cinquetti que no tenía edad para amar a Sandie Shaw que cantaba descalza. O los famosos Abba, que lo fueron, sobre todo, a partir de la Eurovisión de 1974. Y, sin olvidar, las derrotas imperdonables: desde el Domenico Modugno de 'Volare' al Nicola di Bari de los fantásticos días del arco iris, pasando por un tal Franco Battiato o por Julio Iglesias y aquella melancólica 'Gwendolyne' en la que pedía al silencio “que me hable de ti”.

Cada vez más, el festival ha tendido hacia lo chabacano y hacia la sofisticación técnica, que viene acompañada de una estulticia colosal, de unos tópicos gastados y cultivados a lo largo de casi setenta años. Ambas variables se han juntado y el escenario, con los años, se ha convertido en un prodigio de luces, escenografía y necedad, una especie de tributo al exceso luminotécnico y coreográfico que solo ha sido desterrado en muy pocas ocasiones, como en el caso de Salvador Sobral.

Y después está la política, por supuesto. Resulta que si hay un festival en el mundo empapado de política es este. Empezando por sus inicios, en una Europa que renace de las cenizas de la guerra y que necesita algún tipo de símbolo unitario más allá del carbón, del acero y del Tratado de Roma. Así pues, un reclamo sentimental y, en este caso, político. Justo por eso es irónico y malévolo querer preservar la falsa condición de un certamen inmaculado, dedicado sólo a la música y el espectáculo. Más aún cuando la empresa que te patrocina es una marca israelí dedicada a la cosmética. Cosmética, nunca mejor dicho. Más aún cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel afirma (lo hizo el año pasado) que interviene “entre el público simpatizante” para fomentar esta falacia informática que llamamos “voto popular”.

¿Qué habría ocurrido en esta edición si primero se hubiera hecho público el voto de los espectadores (297 a favor de Israel) y después el de los jurados especializados (sólo 60 a favor)? Que alguien habría hablado de injerencia política. Pues es lo que ha ocurrido. Maniobras en la oscuridad. Y la hipocresía de la UER, una amenaza contra la libertad de expresión. Como decía el rótulo de TVE, "el silencio no es una opción" ante el genocidio de Palestina. Para desintoxicarnos de Eurovisión, les recomiendo un libro que saldrá la próxima semana en L’Altra Editorial. 'Algun dia tothom hi haurà estat sempre en contra' es una "acusación feroz y angustiosa a la indiferencia occidental respecto a la destrucción de Gaza". He leído unos fragmentos y es, efectivamente, un grito atronador frente al silencio: “Lo primero que mata”, escribe Omar El Akkad, el autor, “no es la metralla o el fuego, sino la onda expansiva”. El aire que proviene del sitio del impacto también nos mata a todos. Asesina las conciencias.

Suscríbete para seguir leyendo