Opinión | Israel y Palestina

Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO

Andreu Claret
Andreu ClaretPeriodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
La insoportable soledad de Gaza
¿Cómo es posible que ocurra algo semejante, en un mar que también es el nuestro, sin que la Unión Europea sea capaz de intervenir?
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Víctimas palestinas tran un nuevo ataque de Israel este fin de semana. / Abdel Kareem Hana / AP
Algo nos pasa. No es solo la coyuntura, por mucho que esta sea un cenagal desde que Trump llegó a la Casa Blanca. Tampoco podemos atribuirlo, únicamente, a una historia europea que nos divide en cuanto asoman las palabras Israel y Palestina. Todo ello cuenta, claro está, pero hay algo más. La soledad de Gaza dice mucho sobre el desgaste que ha sufrido nuestra sensibilidad. Sobre la quiebra de nuestra identidad ¿Cómo es posible que ocurra algo semejante, en un mar que también es el nuestro, sin que la Unión Europea sea capaz de intervenir? Ni siquiera de levantar la voz. Cuando creímos que era necesario, bombardeamos Belgrado. Cuando descubrimos que Gadafi era un dictador, apoyamos su eliminación. Celebramos las primaveras árabes (sin ser consecuentes con lo que suponían). Hemos gastado miles de millones en la defensa de la soberanía de Ucrania. ¿Qué hemos hecho para impedir la matanza de más de 50.000 gazatíes? ¿Qué ha hecho la Unión por el Mediterráneo creada a bombo y platillo por Francia para promover el diálogo y la cooperación en la región? ¿Acaso se ha pronunciado? ¿Qué hacemos para evitar que toda Palestina se convierta en un infierno? Como mucho, esperamos a que cese la guerra para pagar la reconstrucción. En este caso, ni eso, porque no habrá por donde empezar. O porque Gaza, limpia de gazatís, será un erial donde Trump y los príncipes del golfo Pérsico llevarán a cabo sus lucrativos sueños húmedos.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Para intentar explicar esta renuncia, algunos recuerdan siempre la masacre del 7 de octubre. Nada tengo que añadir al artículo que escribí aquel mismo día, acusando a Hamás de unos crímenes que los palestinos iban a pagar muy caro. Si tengo que repetirlo para ganarme el derecho a criticar las atrocidades cometidas desde entonces por Netanyahu, lo hago sin ambages. No solo fue un execrable acto terrorista. Fue hacerles el juego a los sionistas más retrógrados que siempre han soñado en hacer grande Israel, desde el río hasta el mar. Si con esto me he ganado suficiente credibilidad para denunciar la masacre cometida por Israel, hago mía la palabra genocidio. Hasta ahora, siempre había sido reacio a utilizarla porque un genocidio no se mide ni por el número de muertos, ni por la crueldad de los verdugos. Se mide por la Convención de 1948, según la cual actos genocidas son los cometidos "con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso". ¿Acaso no es esto lo que ocurre en Gaza? El empeño del Gobierno israelí por negar a los palestinos su condición de 'grupo nacional' no es más que un intento de eludir responsabilidades ante cualquier tribunal internacional. Es una vieja historia que forma parte del relato con el que los primeros sionistas justificaron la Nakba, la expulsión de 700.000 palestinos de sus tierras tras la creación del estado de Israel. La Nakba de nunca acabar.
Ni la cumbre europea celebrada hace unos días en Albania, ni la reunión de la Liga Árabe del pasado fin de semana han servido para sacar a Gaza del olvido colectivo. Mientras los europeos siguen sin ponerse de acuerdo sobre la condena a Israel, los países del Golfo y Egipto, que acaban de agasajar a Trump con regalos obscenos, reclaman ahora el cese de una intervención que no existiría sin el respaldo de Washington. Impotencia de la UE y cinismo de la Liga Árabe. Soledad de Gaza. La misma soledad que sufrieron los judíos, en casi toda Europa, cuando el III Reich emprendió su exterminio. Para los europeos, fueron días aciagos, marcados por la salida de trenes hacia los campos. De los 13.152 judíos arrestados por la policía francesa en París, en un solo día, para ser mandados a Auschwitz, 4.115 eran niños. De los muertos en Gaza, más de 15.000 lo son. La comparación puede parecer odiosa, cuando uno recuerda la barbarie que supuso el Holocausto, pero ¿por qué unos niños deberían interpelar nuestra conciencia y otros no? ¿En que se diferencia una niña gazatí de una ucraniana? ¿Acaso el derecho a la vida no es el más universal de los derechos? Si Europa no quiere desaparecer, devorada por sus demonios, debe romper este silencio insoportable. En ello le va su existencia.
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