Amor libre y responsable
La única cláusula que vale es: hablemos, revisemos, cuidémonos. Y para eso no necesitamos ninguna inteligencia artificial que nos infantilice

Mujer usando aplicaciones de citas. / MANU MITRU
Hace unos días, saliendo del cine, después de ver una película romántica con mucho cliché y mucho azúcar, mi acompañante me soltó: “No te ha gustado, ¿no? Claro, tú no crees en el amor.” Me quedé loca. ¿Perdona? ¿Cómo que yo no creo en el amor? ¿Por qué? ¿Porque soy soltera? ¿Porque no vivo en pareja, no tengo hijos y no firmé ningún contrato de exclusividad emocional? ¿Eso ya me deja fuera del club del amor verdadero? Basta ya. Basta de pensar que las únicas relaciones válidas son las monógamas, normativas y bendecidas por Dios. Llevo años explorando otras formas de querer. Relaciones abiertas, anarquía relacional, poliamor, sexo sin exclusividad y amor sin sexo y, sinceramente, he encontrado más verdad, más ternura y más responsabilidad emocional en muchas de estas personas llamadas “liberales” que en muchas parejas cerradas a cal y canto, que se soportan por miedo a estar solas o a no llegar a fin de mes. Hay gente que anda muy despistada. Confunde amor con sexo, libertad con caos o placer con promiscuidad. Y lo que se nos olvida es que todas las relaciones tienen reglas, incluso las más tradicionales. Solo que en las monógamas suelen venir de serie, como si fueran naturales. Nadie las pacta, pero ahí están: exclusividad sexual, emocional, y que no se te ocurra mirar a otro con deseo, que entonces no es amor, es traición. Pues no, no todo es libertinaje sin control, sino más bien lo contrario.
En el mundo liberal hay muchas normas, pero cada vínculo se hace las suyas. No existe una plantilla universal como en la monogamia tradicional. Porque si en el mundo monógamo también se negociaran de verdad los límites, otro gallo cantaría. Aquí se habla, se pacta, se revisa. Hay acuerdos, conversaciones infinitas y un nivel de responsabilidad afectiva que muchas veces brilla por su ausencia en relaciones más “convencionales”. Ahora, de ahí a tener que firmar un contrato con cláusulas como si estuviéramos alquilando una plaza de párking (como propone la web de citas Wyylde), pues igual nos estamos pasando. Al final, la única cláusula que vale es: hablemos, revisemos, cuidémonos. Y para eso no necesitamos ninguna inteligencia artificial que nos infantilice. ¿Quedamos en que no dormíamos con nadie? Pues si un día me apetece, lo hablamos. ¿Quedamos en que nadie venía a casa a cenar? Pues si de repente te enamoras, se renegocia. Las relaciones cambian, como cambiamos nosotros. Lo que te gustaba hace tres años ahora te da pereza. Lo que un día era impensable, de pronto tiene sentido. Y sí, lo digo claro: la monogamia, como sistema cerrado y obligatorio, me parece una cárcel emocional. Un “te quiero tanto que no puedes querer a nadie más”. Un “si me deseas, no puedes desear a nadie más”. Eso no es amor, es inseguridad institucionalizada. Que cada uno se monte el puzzle como quiera. Lo importante no es cuántos, ni cómo, ni con qué frecuencia. Lo importante es querer bien. Querer bonito. Querer sin correa.
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