Opinión | Artista singular
Nazario
Sigue viviendo en la plaza Reial, ha cumplido los 81 y está un poco frito con los despistados que visitan el centro Hare Krishna que hay en su edificio

Nazario, junto a la ventana de su casa que da a la plaza Reial / Zowy Voeten
Quedar con Nazario en su Plaça Reial de Barcelona es echar toda la mañana. Sabrán de él, pero por si acaso les aclaro que hablo del artista underground de la movida barcelonesa de los 70 y los 80, creador del detective travesti Anarcoma y una larga obra subversiva. Hasta ahora, para mí siempre había sido solo un espejismo: allí vive Nazario, me dijeron y he repetido muchas veces en las noches del Glaciar, el Pipa, el Sidecar o desde el club de socios del RCD Espanyol que había en un piso en el lado montaña de la plaza y al cual entrábamos de estranjis.
Otra Barcelona, pero Nazario, que efectivamente vivía y sigue viviendo allí desde hace 53 años, todavía está. Ha cumplido los 81 y está un poco frito con los despistados que visitan el centro Hare Krishna que hay en su edificio y que le obligan a desconectar el interfono a la hora de la siesta, pero tiene a Águeda, la vecina de enfrente que le llama todos los días, y que no falte algún novio y amigos. Su círculo hoy, después de haber tenido otros.
En las vidas largas se suceden los afectos y los círculos. Tuvo uno rotundo y central: su amado Alejandro, su pareja durante casi cuarenta años, y su único hermano, pero desapareció con la muerte de ambos con pocos meses de diferencia. En el silencio de ese luto insoportable, sintiéndose desenraizado y siempre atento a la calle desde su particular ventana indiscreta, Nazario bajó a la plaza como no lo había hecho antes: Crónicas del gran tirano és un relato íntimo de cómo los sin techo de la plaza, invisibles entre tanto turista, se convirtieron en un apoyo insospechado para su recuperación (y fuente de algún desencuentro también).
El gran tirano es Mich, uno de ellos, el más problemático, pero también estaban Helga, Omar y Moisés, a quienes ofreció comida y conversación durante unos años, hasta que todos ellos, castigados en extremo por la vida, también han desaparecido. Nazario los ha escrito y es un lujo descubrirle tan humano en este libro. Si fuera por él, confiesa, dejaría la plaza Reial de la misma manera que un día dejó de tocar la guitarra flamenca que acabó regalando a Sisa, o como dejó de escribir cómics y pintar cuadros. Le pido que, si puede, no lo haga, que necesitamos que quede alguien.
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