
Periodista

Joan Cañete Bayle
Joan Cañete BaylePeriodista
Periodista y escritor. Director de Estrategia de la Oficina de Proyectos Editoriales de Prensa Ibérica. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal de El Periódico en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (a cuatro manos con Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Eduardo Mendoza, el proveedor de felicidad
La justificación del premio Princesa de Asturias a Mendoza es la definición perfecta del arte del narrador en tiempos de sobrexplotación de la palabra relato
Eduardo Mendoza: “He dedicado toda la vida a lo que más me gusta, escribir y hacer el vago, y esto al final me lo premian”

Leonard Beard.
A veces, los buenos ganan también en la vida real. En las portadas de las ediciones impresas de los periódicos en Barcelona, el jueves destacaba la imagen sonriente de Eduardo Mendoza, uno de los escritores buenos, buenos de verdad, de este país. Mendoza es noticia porque ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2025. El jurado, en su acta, justifica el premio porque Mendoza es un “proveedor de felicidad para los lectores”. Qué hermosa definición para un escritor. “¿Tú a qué te dedicas? Soy proveedor de felicidad para los lectores”.
Normalmente, los escritores oscuros, atormentados, retorcidos, a ser posible propensos a alguna o varias adicciones, suelen tener mejor reputación artística que los que, como Mendoza, y citando de nuevo la florida acta del jurado del Princesa de Asturias, son capaces de escribir “luminosas páginas” armados con el humor y con el objetivo de contar una historia, nada más y nada menos. A Mendoza, según recuerda David Morán en EL PERIÓDICO, lo premiaron con el Premio Franz Kafka en 2015 por su “narración magistral, visión humana de los acontecimientos y un sentido del humor mordaz”, y con el Cervantes un año después, por devolver al lector “el goce por el relato”. El placer de contar haciendo reír, de practicar esgrima de alta escuela con una espada de madera y un clavel de broma en el ojal que empapa la cara de quien se pone a tiro, está al alcance de pocos.
El detective manicomial de la serie que empezó con 'El misterio de la cripta embrujada' y el extraterrestre que buscaba a Gurb en la Barcelona preolímpica comparten una mirada tierna y, al mismo tiempo, afilada al mundo. Su perplejidad ante la realidad (política, social, urbanística, relacional...) hacía reír y pensar al mismo tiempo, como solo los maestros del humor saben hacerlo. Y, con ello, como dice el jurado del Princesa de Asturias, los lectores se sentían felices, al menos mientras duraba la lectura.
Hoy, la lista de motivos para la perplejidad es larga. Al mismo tiempo en que el arte narrativo de Mendoza era premiado, se sabía lo que el presidente del Gobierno piensa de aliados y adversarios cuando escribe whatsapps que cree que son privados; el presidente de EEUU llamó “un tipo joven, atractivo, duro” al nuevo líder de Siria, el mismo por cuya captura, hace unos meses, Washington ofrecía casi 10 millones de dólares; y, por arte de birlibirloque, los verdugos se presentan como víctimas, los represores se llenan la boca de libertad, los pronombres son armas políticas y todo un país se puede quedar sin luz sin que nadie sepa aún por qué.
Vivimos en un tiempo que abusa hasta desvirtuar la palabra “relato”, y como tal estamos rodeados de historias. Generaciones enteras han convertido su propia vida en un relato, que cuentan a diario en sus redes. Publican fotografías y vídeos que editan en segundos, difunden memes, construyen personajes protagonistas y secundarios que aportan argumento y color a la historia de sus vidas. ¿Cómo serían las redes sociales de Gurb? ¿Maestro del postureo en Instagram, ingenioso y simpático en TikTok, profesional y robótico en su LinkedIn? Consumimos más historias que nunca, profesionales y aficionadas, la mayoría en vídeos breves que pasamos con el pulgar en un 'scroll' infinito que roba atención, tiempo y jirones de vida. Y, sin embargo, es muy dudoso que tantas historias provean felicidad. No nos veo, la verdad, socialmente sobrados de felicidad.
Los grandes maestros del relato, como sin duda lo es Mendoza, tienen esta destreza. Da igual el formato: literatura, música, cine, pintura... Un narrador no solo crea mundos, universos enteros, sino que es capaz de hacer olvidar el de cada uno, de modificar el estado de ánimo, de influir en la visión del mundo. De ahí la sensación de orfandad que todo buen lector siente cuando termina un libro y la palabra “fin” marca la despedida de sus personajes; o la capacidad de los pintores de detener el tiempo, de atrapar la atención en sus pinceladas, ya sean suaves, gruesas, rápidas, secas, nerviosas o imperceptibles; o el don de los músicos de convertir sus canciones en estados de ánimo.
Un buen relato no es una experiencia que pueda atraparse en una foto, un vídeo ni tampoco en un artículo de periódico. A un buen relato solo lo puede explicar un gran narrador. Como Mendoza, el proveedor de felicidad.
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