Xavier Godàs
Altercados en los barrios o Catalunya fraterna
Lo que realmente conviene es intervenir intensivamente en las zonas más empobrecidas de nuestro país mediante políticas de protección que puedan proporcionar prosperidad
Una semana de disturbios en Mataró: cinco claves para entender qué pasa en el barrio de Cerdanyola

Un agente de los Mossos d'Esquadra perteneciente al despliegue en el barrio de Cerdanyola de Mataró / ACN
El 9 de abril, en el barrio de Cerdanyola de Mataró, hubo disturbios protagonizados por jóvenes a raíz de una intervención policial para evitar la ocupación de una vivienda. El 10 de marzo protestaban en Salt unas 200 personas concentradas ante la comisaría de los Mossos d'Esquadra. También hubo disturbios varias noches. En el barrio gerundense de la Font de la Pólvora, el 22 de marzo se detenía a un menor relacionado con los destrozos en el Centre Cívic Onyar. En todos estos casos se muestra un mismo fenómeno: chicos jóvenes ocupan las calles para enfrentarse a la policía y a las autoridades. La problemática de acceso a la vivienda es, en la mayoría de estos casos, la espoleta que enciende los disturbios, pero no los explica plenamente. Los disturbios indican un malestar más profundo que se va cultivando en las ciudades catalanas.
El malestar proviene de un cóctel que mezcla pobreza y precariedad laboral con tensiones que tienen que ver con las identidades. Los más jóvenes viven las carencias de sus familias y, a la vez, experimentan qué lejos se encuentra su situación respecto de la Catalunya oficial. A las estrecheces económicas, la debilidad de los servicios públicos allá donde viven y unas oportunidades laborales que se circunscriben básicamente a las escalas salariales más bajas, hay que sumar el desprecio social por razón de origen y la sospecha permanente por parte de las autoridades.
Hace treinta años, el director de cine francés Mathieu Kassovitz produjo una película muy referenciada, 'La 'haine' ('El odio'), que fue premonitoria de una pauta de disturbios que se han ido reproduciendo por ciclos de respuesta a, en la mayoría de los casos, la violencia policial en los suburbios franceses. Explica la vida de tres amigos, Vinz (judío), Said (árabe) y Hubert (afro-francés) el día siguiente a una noche de disturbios en que un cuarto amigo suyo, Abdel, resulta gravemente herido mientras se encontraba bajo custodia policial. A pesar de que los tres amigos no piensan igual sobre cómo afrontar la situación y a menudo discuten (Vinz es el más irreflexivo y partidario de la violencia), juntos experimentan el desprecio social y el abandono institucional. Hubert hace esfuerzos para labrarse un camino de mejora. Al final, no lo conseguirá: el mismo sistema descabeza los brotes verdes que dice promover.
Los jóvenes que protagonizan disturbios buscan reconocimiento. Lo encuentran entre ellos, entre su grupo de iguales, y cada vez más contra lo que es percibido indistintamente como un sistema de dominación que no garantiza el futuro: la policía, la escuela, los servicios sociales. Intervenir en condiciones sociales opresivas es complicado. No se resuelve el asunto multiplicando los talleres de buena conducta en las aulas; ni, en general, haciendo tareas de contención por el lado de los servicios sociales, o clamando al cielo ley y orden para acabar reclamando mucha más policía. Lo que realmente conviene es intervenir intensivamente en los barrios más empobrecidos de nuestro país mediante políticas de protección que puedan proporcionar prosperidad: educativas, porque pueden descabezar los eslabones de la cadena que transmite entre generaciones la desigualdad; laborales, porque el trabajo -digno y cualificado- continúa siendo una palanca de inclusión social; residenciales, porque es evidente que la vivienda es un desencadenante de pobreza entre las clases populares.
Y hacen falta, igualmente, políticas de reconocimiento. Los chicos y chicas que provienen de lejos, pero que son de aquí, no pueden experimentar sistemáticamente que en este país no los acabamos de hacer nuestros. Tenemos que preguntarles qué necesitan y qué quieren, no simplemente decirles cómo se tienen que comportar. Seguro que en necesidades y voluntades tendrán de entrada mucho en común con tantos otros jóvenes catalanes, pero seguramente también expresarán singularidades de trayectoria vital, de discriminación racial, de identidades cruzadas por resolver, de decepción por su futuro, entre otras que puedan ser, y que tenemos que reconocer facilitándoles la voz. Es el primer paso para vincularles al país en el que están y que también tiene que ser suyo.
Al final, hablamos de políticas para crear prosperidad y para generar solidaridades comunitarias. Este es el propósito del proyecto Barris amb Futur que en 2023 impulsó el Gobierno republicano de la Generalitat de Catalunya, en el marco de la ley 11/2022, del 29 de diciembre, de mejora urban, ambiental y social de los barrios y villas de Catalunya. Un proyecto que une la intervención urbana con el fortalecimiento comunitario, y que combina una tríada imprescindible para progresar: intervenciones sistemáticas en las condiciones de vida, la igualdad de oportunidades y los espacios de sociabilidad. Codo con codo, con los ayuntamientos y el tejido asociativo y comunitario. La cuestión es: ¿a qué esperamos para desplegar la 'llei de barris i viles' y el proyecto 'Barris amb Futur'? Tendría que ser una prioridad del Govern. Lo tendría que ser en las negociaciones que justifican las ampliaciones del crédito del Govern de la Generalitat. O se interviene decididamente en los barrios de nuestro país, o la fractura social que se va cultivando restañará el ideal de una Catalunya fraterna.
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