Opinión | Homenaje
Joan Tardà

Joan Tardà

Exdiputado de ERC.

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En la misma trinchera, dijo Anguita

Hay que priorizar la articulación del conjunto de las izquierdas republicanas del estado por encima de la pulsión al aislamiento a que conduce la actual coyuntura presidida por el miedo

Muere Julio Anguita

El histórico dirigente de IU y ex alcalde de Córdoba, Julio Anguita, ha fallecido este sábado a los 78 años de edad después de que hace una semana fuera ingresado en estado crítico en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Reina Sofía de Córdoba tras sufrir una parada cardiaca. / VÍDEO: EUROPA PRESS

En su querida Córdoba, Prometeo, el colectivo impulsado por Julio Anguita cuando devolvió a la ciudad que tan orgullosa se siente de haberlo tenido de alcalde, ha convocado a las izquierdas. Estarán compañeros de ideología y partido, Irene Montero de Podemos, los nacionalistas gallegos, la izquierda abertzale y la izquierda catalana soberanista e independentista, representada por el comunista Víctor Ríos y por ERC.

Cinco años después de haber muerto y más allá de la emoción que despierta el recuerdo de una persona tan coherente, adquieren valor ideas suyas que explican por qué concita el interés del conjunto de las izquierdas del Estado español. Por un lado, la afirmación “en la misma orilla”, que sintetiza la convicción de que el lugar natural de todos los desposeídos no es otro que el de una única trinchera situada en una de las orillas del conflicto de la historia, para lo cual es imprescindible el respeto entre quienes comparten el mismo parapeto. 

Alarma, pues, que las luchas fratricidas en la izquierda española (Sumar y Podemos se han puesto de espaldas) pongan en peligro la permanencia de uno de los pocos gobiernos progresistas de la UE y la capacidad de condicionar al PSOE, para que no agüe todavía más el perfil socialdemócrata.

Ante la amenaza antidemocrática que planea como si Núremberg nunca hubiera existido, ante el desprecio a décadas de luchas sociales sostenidas, generación tras generación, a cambio de recibir una mínima parte de los beneficios a través de un debilitado Estado del bienestar y ante el retorno de los crímenes de guerra, como si Gernika hubiera sido ficción, conviene tener presente otra idea anguitista: “¡Somos mayoría!”. Una sentencia tan verdadera como fácil de convertirse en espejo roto, víctima del bizantinismo de las nomenclaturas de los partidos de la izquierda ante el mundo trumpista y putinista que nos viene encima. 

Tan capacitado intelectualmente como dotado de la sabiduría del maestro de escuela, bastante honesto cómo para discernir públicamente el sueño de la realidad sin dejar, en cambio, que los imponderables enterraran el ideal, Anguita interpela a la izquierda de todas las naciones del Estado. Un legado convertido en cauce ancho para que puedan fluir las fraternidades, las provenientes de la conciencia de clase o las derivadas de un internacionalismo relacionado con la dignidad humana. Tanto da, todas empapadas de valores republicanos. Aquí radica el éxito del llamamiento de Córdoba: convertir al republicanismo en la argamasa capaz de dejar atrás los recelos que impiden compartir una mirada que supere la inmediatez de la demoscopia.

La izquierda catalana tiene mucho que decir cuando justo está metabolizando las secuelas del intento frustrado de hacer realidad en 2017 un proceso constituyente que, si hubiera salido bien, se habría convertido en la mejor palanca para cuestionar el 'statu quo' de la Transición. De igual manera que, para la izquierda española, es imprescindible asumir el porqué de la descapitalización, rápida y sangrienta, de las energías heredadas del 15-M.

Dar respuesta al presente incierto obliga a asumir la realidad. Priorizar, en definitiva, la articulación del conjunto de las izquierdas republicanas del Estado por encima de la pulsión al aislamiento a que conduce la actual coyuntura presidida por el miedo.

Seguro que estamos lejos de un escenario favorable a un acuerdo 'republicano', como fue lo el Pacto de San Sebastián, que señaló el camino de la II República, al reunir tanta diversidad como para que incluso se articularan personalidades y fuerzas políticas que habían mantenido enfrentamientos más crudos que los prejuicios que hoy arrastran las fuerzas críticas con el régimen del 78. Esto no excluye, aun así, la necesidad de converger. A la manera entendida por Anguita, cuando afirmaba que era imprescindible un respeto entre las izquierdas basado más en lo que hacen que en lo que dicen. Una alianza didáctica dirigida a las nuevas generaciones, que permitan normalizar en cada nación del Estado frentes amplios que obligue a los independentismos 'periféricos' a no desentenderse de las izquierdas españolas, de igual manera que estas tienen que desprenderse de las rémoras de un identitarismo que a menudo bordea el nacionalismo. 

Permitidme una anécdota que tiene el valor de página vivida. En una ocasión, en Rota, fui requerido por unas personas plenamente identificadas con el pensamiento de Anguita. Uno de ellos me manifestó que no acababa de entender demasiado bien el afán de independizarnos, pero que por encima de todo tenía que prevalecer la voluntad del pueblo catalán. Concluimos que no había que poner el carro delante los bueyes, que entre república española y república catalana mejor optar por la primera que llegara. He aquí, la clave: avanzar. 

Estoy convencido del amén de Anguita.

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