Anclajes

La fumata blanca en la chimenea de la Capilla Sixtina del Vaticano anuncia, este jueves, la elección del nuevo Papa de la Iglesia católica. / CECILIA FABIANO / LA PRESSE
El jueves fue un día de gente esperando con la mirada fija en un punto. Estaban los de Bad Bunny, siguiendo la cuenta atrás en las colas virtuales, mirando cuántos centenares de miles de personas tenían delante para conseguir entradas para sus conciertos de Barcelona y Madrid. Y estaban los del Papa, pendientes de una chimenea en Roma que debía anunciar si los cardenales habían llegado o no a un acuerdo.
La espera se ha convertido en un fastidio cada vez más difícil de tolerar en un mundo que se mueve tan deprisa que a veces parece que no tocamos suelo. Dime para qué no te importa esperar, y te diré quién eres.
El cónclave, la liturgia milenaria, las puertas cerradas, las urnas, la chimenea, el humo, se planta como un ritual que ignora las reglas de la inmediatez. Imperturbable al paso del tiempo y a la impaciencia. No hay spoilers, ni notificaciones, ni streaming en directo desde el interior. Solo el humo que, cuando por fin aparece blanco, nos recuerda que el viejo mundo sigue ahí. Un sistema sin fallos, por cierto. No como la cola virtual, que se puede colgar, y se cuelga, en cualquier momento.
Hay algo cautivador en ese rito antiguo. Engancha, un antiguo tempo que reconocemos y que, quizá por eso no nos importa esa espera, celebramos que aún exista en algún rincón. Algo que ocurre como siempre ha ocurrido. No cambia y permanece intacto. Como el día que vuelves a casa y los macarrones de tu madre tienen el mismo sabor de siempre. Anclajes. La tienda que lleva tus 45 años en el mismo sitio, con el mismo cartel. Todavía puedes escuchar a Doris Day cantando Qué será, será, como cuando sonaba en el tocadiscos que no te dejaban tocar.
No hay nada más deprimente que no reconocerse a uno mismo cuando miras para adentro. Quizá sólo lo supera no reconocer en los otros aquello que un día amamos. El grupo musical Presuntos implicados tenía una canción que siempre me pareció muy triste y que decía "cómo hemos cambiado, qué lejos ha quedado aquella amistad". Que cambie todo pero que existan anclajes y versiones reconocibles de nosotros mismos y del mundo. Y , a malas, algo que nos los recuerde. Como esas fotos que, como canta Bad Bunny, debimos tirar cuando nos tuvimos.
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