
Director de EL PERIÓDICO

Albert Sáez
Albert SáezDirector de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
¿Tiene sentido el cónclave en el siglo XXI?

La Capilla Sixtina, preparada para acoger al cónclave que debe elegir al sucesor del papa Francisco. / VATICAN MEDIA / AP
No sé si todo el mundo en la Iglesia católica es consciente de que hoy en día llama la atención más por su exuberancia que por su importancia. El equipo de contenidos de internacional y de sociedad se ha volcado estos días en responder a sus búsquedas de las últimas semanas en torno a la sucesión de Jorge Bergoglio. Ustedes quieren saber, lógicamente, quién será el nuevo pontífice, pero, de momento, lo único que les podemos explicar es cómo lo van a elegir. Un procedimiento en el que se mezclan los rituales litúrgicos con una serie de costumbres indestructibles en una organización en la que la tradición es una fuente de derecho casi más potente que los órganos legislativos. El mismo concepto de cónclave, de reunión a puerta cerrada, es una costumbre nacida en la Edad Media. Fue consecuencia de que los cardenales dilataron durante años la elección del sucesor de Pedro. Entonces se decidió someterlos a clausura, en precarias condiciones de alimentación y salubridad, para que hicieran el trabajo en un tiempo más prudente. Ahora, cuesta Dios y ayuda, nunca mejor dicho, aislar a estos 133 hombres de más de 70 nacionalidades que deben elegir a su jefe.
Como se ha visto recientemente con la película del mismo nombre, el cónclave induce a todo tipo de conspiraciones, sean reales o imaginarias. Un verdadero reformador, no un pacificador como Francisco, debería cambiar este tipo de cosas que, si bien un día acercaron a la Iglesia al pueblo que dice querer servir, ahora le alejan. Nadie se encierra hoy para tomar decisiones. No es un problema en sí mismo, pero sí un síntoma de la confusión que reina en Roma desde el vendaval aperturista del Concilio Vaticano II: se aferran a las tradiciones para elevar muros con la sociedad contemporánea y, así, poco a poco, se convierten en monos de feria a los que la gente, como va a pasar a partir de hoy, mira por cómo hacen las cosas y no por las cosas que dicen. Justo lo contrario que su fundador.
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