Park Güell, ejemplo de gestión turística

Visitants al Park Guell, ahir. | ZOWY VOETEN / Ajuntament de Barcelona
Barcelona debe quererse y perdonarse más, en vez de entregarse a la crítica constante y a la nostalgia enfermiza de un pasado que nunca volverá. La ciudad imperfecta está espléndida en este puente del 1 de mayo, a pesar del clima tan gruñón, como pudo comprobar cualquiera que anteayer visitara el Park Güell y sus alrededores. El recinto de Antonio Gaudí lucía magnífico como pulmón verde e invitaba a perderse entre unos caminos de tierra nada masificados, a pesar de que el cartel de sold out -entradas agotadas- estaba en cada una de las puertas de acceso a la zona monumental. Turistas había, sí, y a los pies de la colina del Carmelo algunos pedían que les grabaran hasta dos tomas de un vídeo en el que se daban un abrazo prefabricado para sus followers de Instagram, TikTok y YouTube. Pero también poblaban la zona vecinos que salían a caminar y que, casi en solitario, todavía podían explorar, de piedra en piedra, algunas laderas muy poco transitadas.
El parque operado por la empresa pública municipal BSM es un ejemplo de la buena gestión turística, por mucho que les pese a los que solo ven masificación por todas partes y a los vecinos más activistas e insatisfechos. BSM regula el aforo de la superficie total del parque -con un máximo de 1.400 visitantes a la hora-, cobra 18 euros por entrada -salvo a los vecinos que disponen de franjas gratuitas- y solo vende online. Así busca reducir la masificación, los desplazamientos y las aglomeraciones en la zona monumental, a la vez que vela por la conservación del patrimonio y por la reconexión con la ciudadanía. El año pasado el parque recibió a 4,48 millones de visitantes, cerca de su tope máximo (4,5 millones) y muy lejos de los 9 millones que recibía antes de que se regularan los accesos, en 2020.
El modelo del Park Güell debe tenerse en cuenta en el actual debate político, económico y social sobre el turismo. Este ha de ser sostenible, regulado y planificado para impedir que la masificación vaya a más, para redistribuir los beneficios que genera hacia otros sectores y para mitigar su impacto en la ciudadanía.
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