Una tarde especial en Atocha

Viajeros en la estación de trenes de Madrid Puerta de Atocha esperan noticias sobre el apagón que paralizó la red ferroviaria. / Fernando Sánchez / Europa Press
Mi tarde empezó mucho antes de que la hora en la que comienza una tarde normal de primavera, de aire fresco y cielo despejado en Madrid. Empezaba con un 'mail' que me confirmaba mi billete de AVE para volver a casa, en Barcelona.
Me había levantado con la noticia de que las conexiones y la electricidad volvían a la normalidad, y que podíamos recuperar la cotidianeidad, excepto por el servicio ferroviario, que debería esperar un día más, hasta el miércoles. Y sin embargo, unas cuatro horas más tarde me confirmaban un asiento en el tren de las 15:57 h. Ya lo dicen, que el mundo es de los tozudos.
Y llego dos horas antes a la estación, donde me esperaban miles de tercos como yo, que habían probado la misma suerte y les habían confirmado un mismo billete que a mí, con la misma ilusión de ver en ese pedazo de papel un pasaje para volver a casa. La estación de Atocha, que el día antes me encontré cerrada para evitar aglomeraciones, en una decisión acertada a la vista del nerviosismo que provocan estas situaciones y de las que pude ser testigo, estaba esta tarde abierta y llena a rebosar.
A medida que íbamos entrando, comprobábamos que no saldríamos ni puntuales ni de forma tranquila, lo que era del todo esperable y normal, dadas las circunstancias: paciencia y buen humor, y sobre todo intentar ayudar con una sonrisa a aceptar las órdenes que tanto la policía como los trabajadores de los servicios ferroviarios nos indicaban.
¡Y la indicación era que solo podían pasar por los controles los pasajeros que tuvieran billete de los ocho trenes que salían en pantalla y cuya salida estaba prevista tres y cuatro horas antes! El retraso era evidente. Mi tren no salía en pantalla. Suerte que llevaba un buen libro que me ha acompañado toda esta tarde, y que me ha ayudado a salir del grisor de Atocha para vivir unos paisajes colombianos que no he visto nunca, respirar la humedad que sube de los adoquines después de una lluviosa tarde en París o sentir cómo los pies se hunden en una nieve gris que se acumula en las aceras de Nueva York.
Tarde de paciencia. Me refugio en el libro, mientras aseguran que nos avisarán a medida que vayan apareciendo en pantalla nuestros trenes... tanta paciencia y tanta absorción hacen que casi se me pasa el aviso. Faltaba media hora todavía para que saliera mi tren, pero ya nos dejaban pasar.
Y sin embargo, pasado el control, descubrimos que nuestro tren ha desaparecido de la pantalla: nervios, pero no es momento para el pánico. Nos lo explican: todavía no ha llegado el tren y en breve tendremos asignado un andén, y entonces saldrá en pantalla con indicación de la puerta donde presentarnos. Vuelvo al libro, que ayuda con el pasar de las páginas a que pasen los minutos; guardaré toda mi vida mi billete de tren como recuerdo de esta tarde.

Viajeros esperan su tren en la estación de Atocha un día después del apagón eléctrico. / José Luis Roca
Pasa la hora y todavía no sale en pantalla. Es normal, nos dicen. Hay que esperar... hasta que nos avisen de que hay que ir rápidamente a la Vía 5; vamos y, cuando llegamos a primera línea, nos dicen que ya han llenado el tren y que ya está lleno, que no tenemos sitio. Nervios e incomprensión. Un policía nos 'invita' a que nos dispersemos y nos marchemos de aquella puerta; la amabilidad nunca habrá sido un atributo valorado en el cuerpo policial, pienso. Y quizás -pienso- es así con buena lógica.
Me dirijo a la chica de Renfe: “Perdone, una pregunta: ¿y hora qué tengo que hacer, esperar aquí en primera línea para no perder mi sitio o irme para atrás y confiar en los avisos?” La chica me mira con cara de quien se da cuenta de que hay algo que no ha funcionado bien. Y con la mano me indica que me espere un momento. En esta tarde, ¿habrá un momento de esperanza?
Sí, vuelve y me dice "Usted, pase. Venga conmigo". Menos mal que no me lo dice el policía, porque no sé si me hubiera atrevido a seguirle, influido por mis lecturas de una lejana Colombia...
Y sí, ¡ha surtido efecto! La tarde se abre frente a mí, en medio de aquel grisor del hierro y el cemento de Atocha, y un rayo de luz ilumina mi cara y mi agradecimiento. En la cara de las chicas de Renfe hay una clara expresión de cansancio como consecuencia de la gestión de un imposible: gente con billetes del día anterior y de la misma mañana deben poder entrar en los pocos trenes previstos para esta tarde. Pero en su mirada está el confort de quien corrige una injusticia. Y en la mía, una mirada de agradecimiento. Mi tren había dejado de ser mi tren: será otro tren el que me llevará a casa...
La tarde consume los minutos, ahora sentado en un vagón que se empeña en no arrancar. Cuando una hora y media más tarde, el tren tímidamente va dejando la estación atrás, nos miramos a los afortunados que estamos en nuestros asientos para darnos cuenta de que hay más asientos vacíos que llenos. Quizás podrían haberse corregido más situaciones injustas, pienso para mí mientras vuelvo a refugiarme en el libro.
En esta tarde de primavera, el sol no quiere ponerse y dejo el libro para saborear los ufanos verdes de una llanura que parece haberse engordado después de las lluvias de marzo y abril.
Una tarde especial.
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