Opinión | Ágora
Hugo Dosil

Hugo Dosil

Hugo Dosil es socio de EY en Business Consulting y responsable del sector Life Science en España

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Soberanía sanitaria europea: el ejemplo catalán en el nuevo orden global

Se impone la necesidad de construir un modelo sanitario más resiliente y autónomo, que equilibre las dependencias externas con capacidades propias

El sector biomédico llama a visibilizar el poderío investigador de Barcelona

Vista aérea del futuro polo biomédico de L'Hospitalet de Llobregat.

Vista aérea del futuro polo biomédico de L'Hospitalet de Llobregat. / Departament de Territori

Las crecientes tensiones geopolíticas están redefiniendo el equilibrio internacional y afectando directamente a la manera en que los países piensan y estructuran sus sistemas de salud. Conflictos como la invasión de Ucrania, la escalada de rivalidad entre Estados Unidos y China o los movimientos aislacionistas de Washington —incluyendo su amenaza de retirada de la Organización Mundial de la Salud (OMS)— reflejan un cambio de paradigma: los estados buscan fortalecer su soberanía estratégica en sectores clave como el sanitario, tradicionalmente más vinculado al ámbito del bienestar que al de la seguridad.

En este nuevo contexto global, la Unión Europea ha visto cómo se pone en entredicho su modelo sanitario basado en la interdependencia y la globalización. La pandemia de covid-19 actuó como un acelerador que evidenció, de forma dramática, los puntos débiles del sistema: escasez de mascarillas, respiradores, equipos de protección individual y, sobre todo, una alarmante dependencia de terceros países para el abastecimiento de principios activos y tecnologías médicas. La Comisión Europea estima que más del 80 % de estos principios activos se importan desde India o China. Aunque algunos países han impulsado medidas para reindustrializar parte de la cadena de valor sanitaria, los avances son todavía insuficientes y muy dispares entre territorios.

En este escenario de vulnerabilidad y urgencia, se impone la necesidad de construir un modelo sanitario más resiliente y autónomo. Fortalecer la soberanía sanitaria europea no implica romper con la cooperación internacional, sino equilibrar las dependencias externas con capacidades propias robustas. Esto pasa por acortar las cadenas de suministro, aumentar la inversión en tecnologías estratégicas como la inteligencia artificial o la ciberseguridad, y por integrar mejor los sistemas sanitarios europeos a través de estándares comunes e interoperabilidad.

Catalunya, y especialmente su capital, Barcelona, emerge como un ejemplo claro de cómo una región puede posicionarse como motor de esta transformación. El ecosistema biomédico catalán ha evolucionado con fuerza en los últimos años, convirtiéndose en uno de los pilares del sector farmacéutico español y una referencia creciente en el ámbito europeo.

Catalunya concentra el 45,4 % de las plantas de producción de medicamentos en España, y el 42% del valor de la producción farmacéutica nacional. Empresas como Almirall, Grifols, Esteve, Ferrer o Reig Jofre han desarrollado estrategias de expansión internacional, apostando por la innovación, la especialización terapéutica y la diversificación de mercados. Grifols lidera a nivel global en productos derivados del plasma, mientras que Almirall se ha consolidado como uno de los grandes actores europeos en dermatología médica, con presencia destacada en Alemania, Reino Unido o Estados Unidos. Reig Jofre, por su parte, con presencia en 70 países, aporta soluciones pioneras y de alto impacto.

En este contexto, Barcelona se ha consolidado como un nodo estratégico en el ámbito de la investigación clínica. España ha superado recientemente a Alemania y Reino Unido en número de ensayos clínicos iniciados, y una parte sustancial de esta actividad se desarrolla en Barcelona. Hospitales como el Clínic de Barcelona o el Vall d’Hebron han sido claves en esta consolidación, actuando como polos de atracción para centros de excelencia y multinacionales farmacéuticas, gracias a su infraestructura, experiencia investigadora y alto grado de profesionalización del personal sanitario. La colaboración público-privada, el dinamismo de las 'start-ups' biotecnológicas y el talento disponible han generado un ecosistema integrado que combina investigación, transferencia tecnológica y desarrollo industrial. De hecho, el 76% de los ensayos que se realizan en Catalunya son financiados por la industria, y el 24% de ensayos clínicos no comerciales son promovidos por instituciones académicas u hospitalarias, por sociedades científicas o por investigadores clínicos. Catalunya se consolida como referente internacional participando en 5.308 ensayos clínicos en curso (el 88,5% de los desarrollados en España)

A nivel nacional, la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) autorizó el año pasado un total de 930 estudios, liderando a nivel europeo la autorización en el ámbito de oncología, con 350 ensayos (un 38%). También es líder europeo en investigación con medicamentos de terapia avanzada, con 52 ensayos autorizados en 2024 y un 22% de los ensayos clínicos realizados se centraron en las enfermedades raras. Este liderazgo se sustenta en la sólida infraestructura del Sistema Nacional de Salud y la alta cualificación de sus profesionales sanitarios, el compromiso y la colaboración de los pacientes y la industria farmacéutica, y la labor de la AEMPS. 

Este dinamismo, sin embargo, no debe ocultar los desafíos pendientes. Catalunya y España deben seguir apostando por la innovación, el refuerzo de capacidades industriales y la captación y retención de talento. Aunque la inversión pública en I+D ha aumentado en los últimos años, sigue por debajo de la media de países como Alemania, Dinamarca o Suiza. Además, persisten obstáculos en la adopción ágil de nuevos medicamentos aprobados, lo que puede ralentizar el acceso a terapias innovadoras para los pacientes fuera del entorno de ensayo clínico.

Ahora bien, este reto trasciende las fronteras regionales o nacionales. Europa en su conjunto debe avanzar hacia una estrategia sanitaria común que garantice su autonomía en un mundo cada vez más polarizado. Es necesario consolidar una industria biofarmacéutica europea fuerte, que combine excelencia científica, producción propia y acceso equitativo a la innovación. Los ecosistemas regionales, como el catalán, pueden y deben integrarse en esa visión continental como piezas clave del engranaje.

La salud, hoy más que nunca, es una cuestión de seguridad estratégica. En un entorno global volátil y con riesgos crecientes, reforzar la soberanía sanitaria no es una opción: es una prioridad. Solo así Europa podrá proteger mejor a su ciudadanía, anticiparse a futuras crisis sanitarias y económicas y mantener un liderazgo sólido y autónomo en el ámbito de la salud global.