Síndrome post-Sant Jordi
Tal vez habría que delimitar una zona para famosones y otra para autores de verdad. Una para la mitomanía y otra para la literatura
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La Rambla con paradas de libros y rosas por Sant Jordi y las obras en el lado del Gòtic. / Jordi Otix
Se habla mucho de que el día de Sant Jordi es el día favorito de los escritores —y de mucho otros— pero apenas se habla de lo que podríamos llamar 'síndrome post Sant Jordi' y que afecta, este sí, a quienes dedicamos la vida a juntar palabras y buscar lectores a quienes encandilar con ellas.
En los días posteriores al magnífico día del libro que hemos vivido este año constato que muchos de mis colegas ya no están eufóricos sino que se confiesan cansados, confundidos o cabreados. Cansados, porque el día de Sant Jordi es físicamente exigente para quienes tienen que ir de una parada a otra en un tiempo récord, sorteando oleadas de gente, para irremisiblemente llegar tarde a todas partes. Algunos de mis amigos juntaletras se quejaban de dolor de pies, de tobillos hinchados o incluso de la aparición de un par de juanetes. Menudo recuerdo del mejor día del año.
Lo de la confusión es más complejo y tiene una deriva existencial. Cada vez son más los verdaderos escritores que se cuestionan el auténtico sentido de firmar al lado de Rodríguez Zapatero o de Cristina Pedroche o cualquier otro famosón de esos que convocan hordas de mitómanos (y no de lectores). Tal vez es una estratagema para desmoralizar a autores auténticos: obligarles a pasar una hora entera contemplando las largas colas que esperan ante famosos que jamás han escrito un libro mientras ellos, que llevan treinta años de oficio, firman uno o dos ejemplares a lo sumo. Tal vez habría que delimitar una zona para famosones y otra para autores de verdad. Una para la mitomanía y otra para la literatura.
Hablando de veteranos. Hace años escuché a dos magníficos escritores quejarse amargamente sobre el actual modelo de Sant Jordi. Ellos recordaban las auténticas jornadas de celebración del libro, cuando las paradas de las librerías solo se instalaban en La Rambla, sin famosos, solo autores como ellos y auténticos lectores. Sonaban a abuelos Cebolleta, pero creo que tenían algo de razón. Antes de que Sant Jordi se convirtiera en un fenómeno de masas, era más entrañable y puede que más honesto. Pero gracias a que Sant Jordi es lo que es (es decir, una locura) algunos pueden vivir de esto el resto del año.
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