
Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona

Salvador Martí Puig
Salvador Martí PuigCatedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona
Un papa para el nuevo concierto internacional

El funeral del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro / RICCARDO ANTIMIANI / EFE
Durante la Segunda Guerra Mundial, los aliados occidentales llamaron la atención de Iósif Stalin, presidente de la URSS, sobre la importancia política del Vaticano. Stalin replicó despectivamente: "¿Cuántas divisiones de tanques tiene el papa?". Así daba a entender que el poder político del papado le parecía insignificante. En 1978, la elección de un papa polaco —el cardenal de Cracovia Karol Józef Wojtyla, conocido como Juan Pablo II— y su disposición a utilizar su influencia política fueron factores de peso en la crisis del régimen comunista de Polonia e indirectamente en la desintegración de la URSS en 1989. Este episodio, que se describe en el libro 'Ciencia política. Un Manual' que escribí en coautoría con Josep María Vallès, da a entender la naturaleza del poder y la gran relevancia que tiene la personalidad del sumo pontífice en el orden internacional.
Respecto de la naturaleza del poder, es preciso señalar que esta se manifiesta a través de tres componentes: la fuerza, la influencia y la autoridad. La fuerza, como muy bien sabía Stalin, parte de la amenaza, y es un elemento esencial del orden internacional. Pero no toda la geopolítica se explica con tanques y bombas, la influencia (ya sea desde la presión o la seducción) también es clave; y lo mismo ocurre con la autoridad. Este último elemento -la autoridad- hace referencia al reconocimiento que tiene una persona (o entidad) porque cuenta con un crédito, solvencia u honorabilidad que se le otorga de antemano.
Es este último componente -el de la autoridad- es el que se le otorga al papa de Roma y, según lo utilice, puede incidir en la escena global. Hay múltiples ejemplos de ello. Además del notorio desempeño que tuvo el papa Juan Pablo II en el colapso del imperio soviético; también se puede hacer referencia al tibio papel del Papa Pío XII respecto del nazismo y la persecución de los judíos; o de la relevancia internacional del papa Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II y su disposición de establecer un encuentro ecuménico con todas las confesiones y dialogar con los comunistas en plena guerra fría.
Así las cosas, es difícil no preguntarse quién puede ser el nuevo papa y qué rumbo político puede tomar el Vaticano en un mundo en el que el conservadurismo agresivo y la reacción (de la mano de Trump, Netanyahu, Orban, Meloni, Bukele o Milei) están en boga. Es obvio que nadie tiene la bola de cristal, y que cualquier pronóstico puede resultar fallido, pero queda claro que la gran cuestión que sobrevolará estos días en el cónclave vaticano es si se va a escoger a un papa que ponga las velas de la nave aprovechando el empuje de los vientos políticos de la reacción o si, por el contrario, se decide escoger a otro cuyo propósito sea remar contra corriente, tal como hizo el papa Francisco al final de su mandato, que defendía la paz, estaba al lado de los desheredados, y abogaba por la generosidad y la sencillez en un mundo en el que los líderes impíos y abusones están de moda.
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