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Editorial
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Cuellos de botella eléctricos

Torre de alta tensión.
España y Catalunya caminan desde hace tiempo hacia un modelo de consumo energético más limpio y sostenible. Es una transformación realmente profunda, prácticamente una revolución. La necesidad de paliar tanto como sea posible la crisis climática nos obliga a seguir trabajando en esta dirección. En el centro de esta gran transformación se halla la sustitución de las energías basadas en combustibles fósiles -es decir, carbón, petróleo y gas natural- por energías derivadas de fuentes renovables y que no generen emisiones de efecto invernadero. El objetivo es que no solamente los ciudadanos y las familias utilicen energía limpia, sino que lo hagan asimismo la industria y el resto de sectores de nuestra economía. Nos hallamos ante un reto mayúsculo.
Se trata, por una parte, de ser capaces de producir energías renovables a gran escala, un objetivo para el que todavía queda mucho por recorrer, singularmente en Catalunya, donde es imprescindible un amplio y decidido acelerón. Como se explica desde el Col·legi d’Enginyers Industrials, Catalunya va rezagada y no puede seguir demorando el incremento de la producción y las redes de distribución. La construcción de grandes redes de interconexión -como las demonizadas MAT- no es solo una alternativa a la generación local a cambio de importarla, sino un imperativo para conseguir un sistema eléctrico eficiente. Sin embargo, demasiado a menudo se ponen trabas, con argumentos ecologistas de bajo vuelo, tanto a la ampliación de la capacidad de generación como a la construcción de las infraestructuras necesarias para llevar hasta Catalunya y distribuir en ella la energía que necesita.
Estamos obligados a rediseñar y ampliar las redes de distribución energética. El futuro pasa por una estructura menos vertical y mucho más tupida y horizontal, toda vez que el mapa de la producción va a pasar a estar monopolizado por grandes centrales y va a estar complementado por una diversidad de instalaciones de menor tamaño, sobre todo si se mantiene el calendario de cierre de las centrales nucleares. Estamos hablando, por ejemplo, de pequeños parques fotovoltaicos situados a lo ancho y largo del territorio. El mapa lo componen hoy dos tipos de redes. La primera es la red de transporte, las autopistas que traslada gran cantidad de energía a muy alta tensión, operada por Red Eléctrica y que nace de las grandes centrales de producción. Luego está la red de distribución, las carreteras, de media o baja tensión, que hacen que la electricidad llegue hasta los consumidores finales. Diversas empresas, como Endesa e Iberdrola, se encargan de operar estas líneas. Ambos tipos de redes van a tener, como decíamos, que adoptar un diseño distinto, amén de contar con muchos más kilómetros de tendidos, ya que el contexto es (y debería serlo aún más si el cambio de modelo energético progresa por donde debería) de crecimiento de la demanda eléctrica.
Todo este proceso de transformación pasa por movilizar grandes inversiones y recursos, por acompasar los cambios paralelos en la producción y en la distribución, pues una y otra son interdependientes, y por la decisión política necesaria para no estrangular, por reticencias de corto alcance, el acceso al consumo de energía necesario no solo únicamente para cumplir con los compromisos con el medio ambiente sino para garantizar la competitividad del tejido económico del país.
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