Opinión | El mar alrededor

Subdirectora de El Periódico

Carol Álvarez
Carol ÁlvarezSubdirectora de El Periódico
Subdirectora de El Periódico. Cultura, tendencias sociales y Barcelona.
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El regalo de un dragón para Sant Jordi
La fiesta de Sant Jordi celebra la lectura como una puerta a otros mundos y el poder de la imaginación como motor de nuestras vidas

Sant Jordi y el dragón, la pieza escultórica de Eusebi Arnau que da la bienvenida al edificio.
Los dragones no existen y nadie los ha visto, ni ahora ni en toda la historia de la Humanidad, pero todos sabemos cómo son, podemos describirlos y sentir su fuego a partir de las infinitas recreaciones que la tradición ha hecho de ellos: temibles siempre, belicosos; en nuestros lares, malvado por tradición y en tiempos de cultura líquida, con una fuerte influencia asiática, también valientes y dignos de afecto.
El día de Sant Jordi, esta fiesta de los libros donde regalamos y nos regalan historias y reflexiones escritas, emociones en letra, experiencias volcadas en páginas de papel, ha ido año tras año siendo cada vez más el día de los dragones. Al final, la leyenda de Sant Jordi es una, pero los dragones ya estaban antes en nuestro imaginario y son el verdadero regalo que se oculta en esta celebración. Están hechos de la materia de los sueños, la imaginación, como los libros, aunque estos sí existen: hemos aprendido a darles una forma física, en nuestro afán por fijar en una realidad, aunque sea de frágil papel, aquello que solo existe en nuestras mentes y nuestra cultura transmitida con la memoria hecha voz. No se puede explicar de otra forma ese fenómeno que te lleva, cuando abres un libro, a adoptar un marco mental distinto solo con la lectura de sus grafías.
La Diada de Sant Jordi es la que celebra el regalo del libro, la transmisión de esas claves. No es una feria del libro al uso, con puestos para promocionar publicaciones que viajarán en otros idiomas en el futuro, no es un salón donde se presentan novedades y se celebra la diversidad del ecosistema literario, es todo eso y mucho más. Lo que hace única esta fiesta del 23 de abril es la voluntad intrínseca del regalo, del intercambio, el pase último que lleva a la victoria final del libro, ser leído.
Con el regalo das un billete para un viaje mental único: cada libro esconde una historia distinta para cada lector, que lo destila según sus experiencias e intereses. Regalas un tiempo vivido en otro país, en otra época, una vida trepidante o trágica, emociones y memorias de otro que, como una cápsula mágica, solo con pasar las páginas te conecta con otra existencia.
Las calles de Barcelona se peatonalizan para poder disfrutar del paseo literario más largo, tres kilómetros de libros en una suerte de río que me recuerda el Jólabókaflóð, el tsunami islandés que nació de una necesidad: la dureza de la guerra mundial hizo imposible importar objetos de regalo a la pequeña isla del norte, y los libros se convirtieron en el producto perfecto para regalar en navidades. Desde noviembre las tiendas de Islandia hierven presas de una fiebre literaria de novedades y venta de libros destinados a regalar y leer en las fiestas navideñas.
En Catalunya nuestro río literario serpentea como la cola de un dragón por las calles de las ciudades, y los puestos de libros centellean como escamas, las librerías se llenan hasta la bandera y no es Navidad ni falta que nos hace. Regalamos el libro porque sí, porque lo sepamos o no, creemos en los dragones, un símbolo universal de la lucha y del fin de las cosas del que nace algo nuevo e ilusionante.
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