Opinión | Instituciones
Pilar Rahola

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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Sant Jordi, la otra Diada

Salvador Illa ni gobierna para todos, ni lo disimula, y por eso ha convertido a su Govern en una retahíla de gestos cargados de intencionalidad, siempre en dirección contraria a cualquier simbología catalanista

El papa Francisco, según Javier Cercas: "Decir que es un papa comunista es un disparate"

Leonard Beard.

Leonard Beard.

Si no existiera la cuestión catalana y el conflicto que se deriva y, por lo tanto, no hubiera una herida abierta en nuestra historia, seguramente Sant Jordi sería la Diada Nacional. A diferencia del Onze de Setembre, que tiene una carga histórica y política de enorme contenido reivindicativo -no en vano es una fiesta de resistencia-, Sant Jordi es, básicamente, una fiesta cívica que enaltece a nuestra sociedad. Un día dedicado al libro y a la rosa, y al bello gesto de regalar cultura y amor a la gente que nos importa. En este sentido, no hay duda de que es una fiesta transversal cargada de valores universales. Todo el mundo está incluido. Y todo el que quiera, es partícipe. Pero esta transversalidad y esta voluntad de inclusión no es patrimonio de la coyuntura, ni de un partido concreto, ni de una tendencia política, sino que es la definición misma de la fiesta de Sant Jordi y del talante identitario que la ha creado.

Pero, a pesar de que es una evidencia, parece que hay que recordarlo nuevamente, a tenor de la utilización partidista que ha hecho el Govern actual, tanto en el diseño institucional de la fiesta como en la rueda de prensa que perpetró la consellera de Cultura, Sònia Hernández, para anunciar los actos. Especialmente insultante el intento de 'vender', con histriónica grandilocuencia, un “Sant Jordi de todos”, como si esta condición fuera una bienaventuranza del cielo otorgada por el PSC -en su versión más PSOE- que ahora gobierna Catalunya. En realidad, esta retórica intenta apuntalar la letanía que repite Salvador Illa desde que llegó a la presidencia de la Generalitat: hacer creer que, con él, llega la “normalidad”, “el orden”, “la paz” y la inclusividad, es decir, una Catalunya normal, ordenada, pacífica y de todos, alejada de la obsesión independentista. Como si lo que ha pasado los últimos años no formara parte de la “normalidad” de los pueblos. Como si el movimiento de millones de personas en favor de unos derechos nacionales fuera una aberración. Es aquello de la “infección” de la escuela Borrell, que tiene en el presidente Illa a un esforzado aprendiz... Más bien al contrario, Illa intenta hacer creer que su objetivo de hispanizar a Catalunya y relegarla a una simple condición regional, es la “normalidad”. Y, sin duda, tiene derecho a defender su proyecto, pero también es cierto que no se trata de un proyecto “inclusivo”, dado que nos expulsa a muchos catalanes, que no consideramos normal que el presidente trabaje en contra de los intereses de la nación que gobierna. En todo caso, si algo queda meridianamente claro en estos meses de Govern, justamente es que Salvador Illa no gobierna para todos

Ni gobierna para todos, ni lo disimula, y por eso ha convertido a su Govern en una retahíla de gestos cargados de intencionalidad, siempre en dirección contraria a cualquier simbología catalanista. Desde hacer la genuflexión permanente al Borbón o llenar las instituciones catalanas de banderas españolas y relegar la simbología propia, hasta fichar a algunos de los personajes más beligerantes contra el 'procés', para dejar claro que su gobierno no sería de concordia, sino de conquista. Illa actúa como el vencedor de un conflicto, no como el pacificador. Y Sant Jordi no queda excluido de esta obsesión por borrar todo signo reivindicativo que no muestre a la Catalunya “pacificada”. Es decir, a la Catalunya callada, amortiguada y sumisa. Un Sant Jordi transversal, universal, blando, blando y... poco catalán..., sin entender que precisamente es su catalanidad la que hace de Sant Jordi una fiesta universal.

Acabo con la guinda del pastel: la nada improvisada decisión de Illa de escoger una conversación con Javier Cercas para remachar el simbolismo con que quiere impregnar el día. Tampoco aquí hay casualidad, sino forzada causalidad. Nadie discute que Cercas es un buen escritor y tiene un lugar de honor en las letras del país. Pero también lo es que no ha escrito nunca en catalán, que se ha mostrado frontalmente beligerante con las reivindicaciones catalanas y que es el niño mimado del españolismo biempensante de Catalunya. Y por eso lo ha escogido Illa, para redoblar la idea-fuerza que impregna todos sus gestos: la Catalunya española y felizmente hispanizada es la Catalunya buena.