
Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

Astrid Barrio
Astrid BarrioProfesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO
16 añitos

Elecciones generales. / David Zorrakino
El Gobierno, a iniciativa del Ministerio de Juventud e Infancia, ha elaborado un borrador parte de la futura Ley de Juventud y Justicia Generacional en el que se plantea la rebaja de la edad para el disfrute del derecho de sufragio activo a los 16 años, una medida que no se aplicaría de manera generalizada sino gradual, empezando por las elecciones europeas, y que obligaría, además, a la reforma de la LOREG. La propuesta genera controversia y no goza unanimidad política. Tiene el apoyo de los partidos de izquierda, incluido el PSOE que hasta hace poco era muy refractario a la idea, mientras que PP y Vox directamente se oponen y PNV y Junts per Catalunya son reticentes a ello.
El voto a los 16 años no es excepcional, ya que son diversos los países en los que se aplica pero no es algo muy común. De hecho la edad mínima para votar más habitual son los 18 años, que es donde suele situarse también la mayoría de edad, y antes lo eran los 21. En Europa solo Austria aplica el voto a los 16 a todo tipo de elecciones mientras que Alemania, Bélgica, Escocia, Estonia, Grecia, Malta, Noruega y Suiza lo hacen de manera limitada. Y también lo hacen algunos países fuera de la órbita europea, algunos de los cuales, como Cuba, no pueden ser considerados democráticos.
Los defensores del voto a los 16 años argumentan que dicha medida es coherente con otros derechos o responsabilidades de que ya se dispone a esa edad en España, como trabajar o tomar decisiones médicas tales como interrumpir un embarazo o iniciar un tratamiento hormonal, o que a los 16 años ya se tiene cierta responsabilidad penal, eso sí, limitada por la Ley reguladora de la responsabilidad penal de los menores. Sostienen, además, que es beneficioso para la democracia porque fomenta la participación política de los jóvenes y su compromiso cívico y favorece la representación de sus intereses. Y todo ello sustentado en la asunción de que a esa edad ya se es lo suficientemente maduro como para estar en condiciones de formarse un juicio crítico sobre los asuntos políticos y que ello conduciría a decisiones electorales responsables.
No obstante, todas estas aseveraciones resultan muy discutibles. Es cierto que en España las personas de 16 años gozan de algunas prerrogativas en cuanto a sí mismos y que pueden ser imputados penalmente pero siguen siendo niños de acuerdo con la Convención de los Derechos del Niño de 1989 que los define como ‘todo ser humano menor de 18 años, salvo, que en virtud de la ley que le sea aplicable haya alcanzado antes la mayoría de edad’ y considera que como tales ‘por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales’. Por tanto, y mientras no se modifique la mayoría de edad en España, algo que no está sujeto a debate, a los 16 años se es un niño merecedor de una protección especial por falta de madurez física y mental. Una falta de madurez que está avalada científicamente y de la que se puede derivar una mayor maleabilidad y un mayor riesgo de manipulación, algo que en estos momentos y dado el poder de las redes sociales debería ser motivo de reflexión. Y más cuando precisamente se está discutiendo acerca de la conveniencia limitar la exposición de los niños a las mismas para minimizar los riesgos. Como consecuencia de ello también resulta muy cuestionable la idea de que rebajar la edad de voto mejore la democracia y más teniendo en cuenta que el desinterés por la política en esas edades es muy pronunciado.
En el fondo esta cuestión remite a los debates clásicos en torno a la extensión del sufragio y al reconocimiento de la universalidad de los derechos políticos. A cuando Alexis de Tocqueville, muy tempranamente, consideraba el sufragio universal era algo inevitable como consecuencia de la tendencia al igualitarismo y alertaba de los riesgos del predominio de las masas y de la mediocridad o como cuando John Stuart Mill, también partidario del mismo, lo asociaba a un cierto nivel de instrucción y cuando cuestionaba que quienes no pudiesen valerse por sí mismos y regir su propio destino pudiesen gozar del derecho de decidir sobre lo que afectaba a los demás. Justo lo que les pasa a los niños.
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