Cuando El Gran Gatsby fue pequeño
Lo que importa es el estilo. Ese estilo que eleva el espíritu: cuando leer da ganas de vivir, tal y como ver bailar da ganas de bailar
Por qué es tan grande 'El gran Gatsby': la obra maestra de Francis Scott Fitzgerald en 7 claves

Robert Redford, el gran Gatsby de Jack Clayton. / EPC
En este preciso instante, pero en el otro extremo del siglo, Francis Scott Fitzgerald levanta el vaso con pulso tembloroso y da el primer sorbo a su Gin Rickey.
El escritor anda nervioso, porque, unos días después de la publicación el 10 de abril de 1925, se ha desayunado con las primeras reseñas negativas de su novela. Pero el único crítico literario válido es el tiempo, que a partir de la Segunda Guerra Mundial la bendecirá de manera póstuma como lo que es hoy, en su centenario: un clásico y un milagro.
Piedra de Rosetta para entender algunas de las mejores (y grandes) novelas americanas, 'El Gran Gatsby' es la historia de un millonario obsesionado con recuperar a su primer amor: para ello, da grandes fiestas en su mansión durante un verano de los locos (y violentos) años veinte, mientras el pasado inicia una lenta infiltración en el presente, como una herida no visible empapa de sangre el pañuelo que la esconde.
“El pasado es un país extranjero. Allí las cosas se hacen de otra manera”, escribió en 'El mensajero' LP Hartley, uno de los muchos autores que destrozó en su día la novela de Fitzgerald. Y, sin embargo, Gatsby es ese tipo empecinado en comprar un billete de primera clase al pasado, para repetirlo escardando sus decepciones y bruñendo el brillo de lo mejor. En una escena, por ejemplo, le pide a Daisy que le diga a su marido que nunca lo ha querido, “para tachar cuatro años en una sola frase”.
'El Gran Gatsby' es una verde novela de clase, una rosa novela romántica, un negro 'hardboiled'. En ella, el protagonista quizá piensa que hay que ser cruel para ser bueno, o embrutecerse para recuperar la pureza. Muchas novelas hablan del amor por el dinero, pero esta además trata del dinero para recuperar el amor. Dijo Balzac que toda gran fortuna esconde un crimen y esta historia primero lo insinúa y luego lo muestra. Sus personajes viven la quiebra de la juventud, mientras se dirigen, bailando y bebiendo, hacia el crack del 29: es decir, va de la crisis de los 30 años que prefigura la crisis de los años 30.
Invento estos juegos de palabras y caigo en la cuenta de que parecen de otro escritor. Uno de esos que te contagian su estilo, como cuando vuelves de un país magnífico hablando con su acento regional. Este autor es Rodrigo Fresán, que acaba de publicar el ya indispensable 'El pequeño Gatsby' (EnDebate), donde logra en apenas 115 páginas (un brindis también es breve, pero celebra un hecho memorable) atrapar el milagro y explicar lo que la novela solo cuenta.
Después de leerlo, es imposible no beberse 'El Gran Gatsby' de un trago. Fresán hace precisamente eso cada año. No relee su ejemplar, sino que intenta rescatar el sabor de la primera vez. Para ello, va a una librería y compra un tomo diferente. Vuelve a casa, se sirve una copa, o abre una bolsa de galletas de almendra, y la revive. Tiene 25 ediciones distintas de 'El Gran Gatsby'.
Quizá porque Fresán quiere con esa maniobra anual reverdecer el valle del pasado, rebobinar y poner a cámara lenta el primer 'crush', entiende tan bien que eso es lo que quiere hacer Gatsby, el impostor. Dicen los científicos que la actividad neuronal de alguien que intenta recordar es idéntica a la de quien inventa una historia.
Así que Fresán derrama en su ensayo, de densidad diamantina, litros de conocimiento, anécdotas y datos, pero también de sabiduría. Nos dice que la clave de la novela está en el narrador tramposo, que sus personajes parecen dioses atormentando a mortales o mortales atormentados por los dioses, que se titula 'El Gran Gatsby' no porque el personaje sea magnífico, sino porque el libro lo es.
El tono de 'El Gran Gatbsy', como dijo Jordi Puntí de la vida de Xavier Cugat (por cierto, su hermano Francis es el autor de la primera cubierta), es confeti: celebratorio y multicolor cuando se lanza en una fiesta, molesto y gris cuando hay que barrerlo en la resaca. Y sabe Fresán, porque lo demuestra con su escritura, que lo que importa es el estilo. Ese estilo que eleva el espíritu: cuando leer da ganas de vivir, tal y como ver bailar da ganas de bailar. Ese estilo donde el uniforme de un chófer tiene el azul del huevo de un petirrojo, ese que atrapa “la sucia polvareda que flota en la estela de los sueños”. Dicen que a 'El Gran Gatsby' le sacas el estilo dorado de Fitzgerald y se queda en tragedia griega servida en película de sobremesa. Pero es que a un cuerpo le sacas la vida y es solo carne y vísceras. O un cadáver flotando en una piscina.
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