Opinión | Estados Unidos
Emma Riverola

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Escritora

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Dolor y oropel en el Salón Oval

Si en febrero asistimos a la humillación en directo de Zelenski y, por extensión, de todos los ucranios, Trump y Bukele se mofaron del sufrimiento ajeno

Trump y Bukele escenifican su polémica alianza en la cruzada del republicano contra la migración

Nayib Bukele i Donald Trump, a la Casa Blanca, a Washington, ahir. | KEVIN LAMARQUE / REUTERS

Nayib Bukele i Donald Trump, a la Casa Blanca, a Washington, ahir. | KEVIN LAMARQUE / REUTERS

Su esposa lo reconoció por el tatuaje. Cabeza rasurada, manos y tobillos esposados, mirada vencida y dos guardias arrastrándole por los pasillos de la megacárcel de máxima seguridad en El Salvador, ese tremebundo sumidero de derechos. Ahí estaba su marido, el padre de sus tres hijos, el hombre que huyó de la violencia de El Salvador a los quince años y que la fiebre de deportaciones de la administración estadounidense ha pateado de Maryland a esa prisión. La propia administración norteamericana ha reconocido que hubo un “error administrativo”. El Tribunal Supremo ha dictaminado que se debe "facilitar" el regreso de Ábrego García a Estados Unidos. “Esto no va a suceder”, afirmó Nayib Bukele. Junto a él, un sonriente Donald Trump asentía ante sus palabras. El encuentro entre los dos presidentes se celebró entre risas, complicidad, desprecio a la justicia y dorado… mucho dorado.

Donald Trump ha convertido el Salón Oval de la Casa Blanca en un salón de bodas hortera. Desde su pasado encuentro con el presidente de Ucrania, el dorado no ha dejado de avanzar. Medallones de oro en las paredes, estatuillas de oro vermeil en la repisa de la chimenea, más dorado en el pie de las lámparas, sobre una mesilla… Esplendor en el escenario y vileza en el anfitrión. Puro oropel. Si en febrero asistimos a la humillación en directo de Zelenski y, por extensión, de todos los ucranios, Trump y Bukele se mofaron del sufrimiento ajeno. ¿A quién le importa la vida de un humilde obrero de la construcción?, debieron de pensar. Y la pregunta no deja de apelarnos. ¿Nos importa el encarcelamiento de un hombre que no ha sido juzgado? ¿Entendemos que ese hombre corre peligro de muerte? ¿Nos conmueve el dolor de esa familia rota? Su grito necesita una respuesta ética. Al ser ignorado, no solo se quiebra la credibilidad de EEUU como Estado de derecho, se despoja al lenguaje político de todo sentido humano. Ábrego García es mucho más que una tragedia particular, es el síntoma de la negación del dolor ajeno como forma de poder.

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