Opinión | ADIÓS AL PREMIO NOBEL

Armando Huerta

Madrid y libertad: la Ítaca de Vargas Llosa

De la ciudad, transformada en gran metrópoli, admiraba su diversidad cultural y su intensa vida social, pero sobre todo su amor por la democracia, su compromiso con la libertad y su aversión a los nacionalismos supremacistas

Mario Vargas Llosa, en el Instituto Cervantes, a 11 de abril de 2023

Mario Vargas Llosa, en el Instituto Cervantes, a 11 de abril de 2023 / EUROPA PRESS

Mario Vargas Llosa amaba Madrid. Vivió años en la madrileña calle de la Flora, a tiro de piedra de ese Teatro Real que, entre fotógrafos del cuché y como intruso en la socialité, tanto frecuentó junto a Isabel Preysler para disfrutar del talento de Verdi en Nabucco o de Mozart en Lucio Silla.

El escritor, orgulloso de la nacionalidad española que adquirió en los años noventa cuando la dictadura corrupta de Fujimori lo amenazó con convertirlo en apátrida, se sintió madrileño y profundamente liberal. Madrid fue, llegó a decir, la "Ítaca" a la que siempre poder regresar, el refugio en el que atrincherarse rodeado de libros en tiempos revueltos, el asubiadero en el que resguardarse del aguacero, que habría escrito en romance montañés el cántabro Álvaro Pombo, que muy pronto recibirá el Cervantes en esa cuna madrileña de la literatura y el saber que es Alcalá de Henares.

Vargas Llosa adoraba la hospitalidad y la tolerancia con que el pueblo de Madrid se abre a sus visitantes, a las gentes que vienen de otros lugares de España y el mundo. Pensaba que no hacía falta nacer en la ciudad, sino solo sentirla, para considerarse madrileño. De la ciudad, transformada en gran metrópoli, admiraba su diversidad cultural y su intensa vida social, pero sobre todo su amor por la democracia, su compromiso con la libertad y su aversión a los nacionalismos supremacistas y a los dogmas étnicos y culturales excluyentes.

“La libertad es el perfume que se respira en las calles de Madrid”, llegó a proclamar. El pensamiento liberal está unido a la visión política que, al margen de las letras, cultivó en nuestro país y encontró especial resonancia. Para el nobel hispanoperuano descubrir el liberalismo fue "descubrir un camino de salvación" ante el autoritarismo y las autocracias. Pensaba que la doctrina liberal es la que más ha hecho progresar en las sociedades libres los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medioambiente y la participación de los ciudadanos en la vida pública. Lo dejó todo por escrito en La llamada de la tribu.

Su inclinación hacia el liberalismo se forja en la lectura de intelectuales como Popper, Aron, Revel, Hayek y Ortega y Gasset, pero su devoción por este ideario en sus años de madurez contrasta con una juventud en la que abrazó el marxismo, creyó en el ideal socialista del "hombre nuevo" y se vio influido por el pensamiento de Jean-Paul Sartre, que después terminaría cuestionando. Leyó con fruición a Gramsci, a Lukács y al Che Guevara, viendo en la revolución cubana y en la figura de Fidel Castro un movimiento que acabaría con los privilegios en América Latina y la liberaría del imperialismo.

Quién habría imaginado que aquella posición en los años sesenta iba a tornar, décadas después, en una defensa encendida del liberalismo, haciendo buena una de las reflexiones que unos atribuyen a Winston Churchill y otros a Jules Claretie: "Quien no es de izquierdas de joven no tiene corazón, y quien no es de derechas de adulto no tiene cerebro".

Su evolución ideológica le llevó, en su última etapa, a censurar el marxismo por dogmático, y a afirmar que el liberalismo, a diferencia de otras teorías, "admite en su seno la divergencia y la crítica". Un viaje que, con muchos matices, también realizaron antes otros como Joschka Fischer en Alemania o Daniel Cohn-Bendit en Francia, que pasó de ser Dany Le Rouge (Dani el Rojo) en Mayo del 68 a abominar después de su anarquismo juvenil y declararse "liberal libertario" desde una atalaya europeísta.

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