Opinión | Geopolítica
Oriol Amat

Oriol Amat

Catedrático de Economía Financiera de la Universitat Pompeu Fabra.

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El nuevo orden mundial

El escenario más probable parece una combinación entre la escalada proteccionista y la desglobalización controlada. Todo dependerá de si Europa quiere jugar fuerte o quedarse mirando cómo el mundo se reconfigura

Trump suspende 90 días los aranceles a la mayoría de países pero eleva al 125% los de China

La UE suspende los aranceles a EEUU 90 días "para dar una oportunidad a las negociaciones" con Trump

Leonard Beard.

Leonard Beard. / EL PERIÓDICO

Durante las últimas décadas, el orden económico mundial ha estado caracterizado por una globalización progresiva, impulsada por la reducción de aranceles, la apertura de mercados y la creación de grandes acuerdos comerciales internacionales. Este modelo, que empezó a tomar forma después de la Segunda Guerra Mundial con la creación del GATT y, más adelante, de la Organización Mundial del Comercio, ha sido liderado por los Estados Unidos. Gracias a este orden muchas economías crecieron, salieron de la pobreza, y se desarrollaron cadenas de valor globales. Pero también ha generado problemas (movimientos migratorios, desigualdad, populismos...) que han alimentado el retorno del proteccionismo.

Con Donald Trump de nuevo en la presidencia de los Estados Unidos, su batería de medidas arancelarias propias del siglo XIX provocan no solo una crisis comercial global, sino también una profunda transformación del orden mundial. Lo que está en juego es el liderazgo global. Con este giro proteccionista, los Estados Unidos pueden acabar acelerando su propia pérdida de influencia económica y geopolítica. El liderazgo chino, previsto para la próxima década, podría llegar bastante antes de lo que se esperaba. Mientras Trump levanta muros comerciales, China continúa tejiendo alianzas, invirtiendo en innovación y ampliando su esfera de influencia en Asia, África y América Latina. Las políticas de Trump recuerdan lo que Carlo Maria Cipolla definía como una de las formas más puras de estupidez: aquella que sigue la lógica del “yo pierdo y tú pierdes”. Es decir, tomar decisiones que perjudican a los otros, pero también a uno mismo. Es exactamente lo que está haciendo Trump: perjudica a China y al resto del mundo, sí, pero también a los consumidores y empresas norteamericanas.

Ante este nuevo contexto, podemos anticipar tres escenarios. El primero es el de una escalada proteccionista generalizada. Si Trump no recula, veremos una guerra comercial a gran escala que romperá cadenas de suministro, reducirá el comercio mundial y aumentará la inestabilidad global. Los Estados Unidos podrían experimentar un repunte industrial a corto plazo, pero a medio y largo plazo sufrirán inflación, pérdida de competitividad y aislamiento. China se adaptará, como ha hecho siempre, acelerando su autonomía tecnológica y reforzando vínculos con los países emergentes. Rusia seguirá operando al margen de Occidente, pero con más margen. ¿Y Europa? Sufrirá si no actúa con rapidez y unidad. Para la ciudadanía, este escenario se traduciría en precios más altos, menos puestos de trabajo y una incertidumbre creciente.

El segundo escenario es el de una desglobalización controlada. Los aranceles se mantienen parcialmente, pero las empresas y gobiernos adaptan sus estrategias con una relocalización inteligente de sectores estratégicos, diversificación de proveedores y refuerzo del comercio regional. Este escenario permitiría a los Estados Unidos recuperar parte de su base industrial sin romper del todo con el comercio global. China, por su parte, continuaría su expansión, pero con más foco en el mercado interno. Europa tendría una ventana de oportunidad para reforzar su autonomía estratégica, siempre que actúe con determinación y visión conjunta.

Y hay un tercer escenario, el más ambicioso pero también el más esperanzador: una reacción europea decidida y valiente. Ante el aislacionismo norteamericano y el ascenso de China, la Unión Europea tiene la oportunidad de devenir un tercer polo de liderazgo global. Para hacerlo, habría que avanzar hacia una integración más profunda: con una política industrial y tecnológica común, una capacidad fiscal propia, una apuesta firme por la innovación y un rol más activo en política exterior. En este escenario, Europa no solo resistiría: sería protagonista. Y nosotros podemos jugar un papel clave, como puente con América Latina y como líder en sectores como el turismo, las renovables, la economía azul y la agroalimentación tecnológica. Para la gente, esto se traduciría en más estabilidad, ocupación y calidad de vida.

Por ahora, el escenario más probable parece una combinación entre la escalada proteccionista y la desglobalización controlada. Todo dependerá de si Europa quiere jugar fuerte o quedarse mirando cómo el mundo se reconfigura. Si queremos garantizar la competitividad, la seguridad y el bienestar futuros, hace falta más Europa, no menos.

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