Opinión | Verdiales

Periodista y escritora

Inés Martín Rodrigo
Inés Martín RodrigoPeriodista y escritora
Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) es escritora y periodista. Su novela 'Las formas del querer' fue galardonada con el Premio Nadal 2022 y con el Premio de la Crítica de Madrid de ese mismo año. En la actualidad, forma parte del equipo del suplemento literario 'Abril' y escribe artículos de opinión para los periódicos del Grupo Prensa Ibérica. Es autora de la novela 'Azules son las horas' (2016), la antología de entrevistas a escritoras 'Una habitación compartida' (2020), el cuento infantil 'Giselle' (2020) y el ensayo 'Una homosexualidad propia' (2023), y ha participado en las antologías de relatos 'El cuaderno caníbal' (2018) y 'Una Navidad así' (2024). En 2019 fue seleccionada por la AECID en el programa '10 de 30', que reconoce a los mejores escritores españoles menores de 40 años.
Los muertos nos sobreviven
Nuestros difuntos no envejecen, se quedan anclados a la edad a la que fallecieron, eternamente, niños, jóvenes, adultos, o más viejos, dejan de cumplir años

Entrada al 'Cementerio de los anónimos', en Viena. / EP
Los muertos nos sobreviven. No envejecen. Se quedan anclados a la edad a la que fallecieron, eternamente. Niños, jóvenes, adultos, o más viejos. Dejan de cumplir años. Todos. Nosotros, no. Cargamos con los nuestros, el tiempo que va transcurriendo, y con ellos, las ausencias, de las que estamos hechos, también la vida, pasada, presente y futura, en la que los difuntos siguen viviendo, nos acompañan, sin marchitarse, sí su recuerdo. Pienso en el hermoso final de 'Los muertos', el cuento con el que James Joyce cierra 'Dublineses', y lo leo, traducido por Guillermo Cabrera Infante: “Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”.
O en ese otro relato, de Flannery O’Connor, 'Más pobre que un muerto, imposible', este diálogo: “El mundo se creó para los muertos. Piensa en todos los muertos que hay –dijo, y luego, como si hubiera concebido la respuesta a todas las insolencias, añadió–: ¡Los muertos son un millón de veces más que los vivos y el tiempo que los muertos pasan muertos es un millón de veces más que el tiempo que los vivos pasan vivos!”. Y hasta en 'Alguien camina sobre tu tumba', los viajes a cementerios de Mariana Enriquez, donde la escritora argentina se confiesa enamorada de los camposantos. Lo entiendo. La entiendo. A mí me reconfortan.
No es extrañeza, ni miedo o inquietud, lo que siento paseando entre las sepulturas. Es otra sensación, de alivio, compañía, sus vidas detenidas se entrecruzan con la mía, sabiendo que la tarde, con su crepúsculo, cae para todos, como la nieve en el cuento de Joyce. Eso quise decirle a mi hermana hace un par de años, cuando mi sobrino Rodrigo, que entonces tendría cuatro, nos acompañó a dejar flores en el panteón en el que está enterrada nuestra madre y, de camino, fue leyendo, en voz alta, los nombres esculpidos en las tumbas que se iba encontrando.
Estaba aprendiendo a leer y aquellas eran letras que formaban palabras, nada más, aunque preguntó quiénes eran las personas de las fotos que había en algunas lápidas, por qué estaban allí, qué les había pasado. Silencio por respuesta, y un tirón del brazo para que no se entretuviera. Yo quise decirle, explicarle, darles identidad a todos esos muertos. Igual que ahora, por ejemplo, le hablaría, lo estoy haciendo, del 'Cementerio de los anónimos' de Viena.
Su origen se remonta a 1854, cuando se sepultó en ese lugar de la ciudad austriaca un cadáver desconocido al que las aguas del Danubio habían llevado hasta allí. No fue el único. Los remolinos y las corrientes que se concentran a esa altura del río, en el kilómetro 1.918 de los cerca de 2.850 que tiene, conducían sin cesar a ese punto exacto del cauce fluvial cuerpos de personas ahogadas. Todas ellas, muchas, la mayoría, sin nombre, fueron enterradas en ese improvisado cementerio al que, en el año 1900, sucedió otro justo al lado, el actual, para evitar las frecuentes inundaciones que anegaban el terreno, como si el agua quisiera recuperar a sus muertos.
Allí yacen más de un centenar de cadáveres, la mitad de ellos anónimos, 'namenlosen', suicidas, asesinados, víctimas sacadas del Danubio. Como esa niña que dejó de cumplir años a los 13 y ante cuya tumba se detienen Celine y Jesse, los protagonistas de 'Antes del amanecer', la película de Richard Linklater que se estrenó hace ya tres décadas y, sin embargo, sigue siendo tan inspiradora como entonces, quizá más ahora, los diálogos, la fotografía, la música, la voz dulce de Kath Bloom diciendo "esta vez va ir todo bien". Aquella joven no envejeció. Sobre ella sigue cayendo “leve la nieve, como el descenso de su último ocaso”. Nos sobreviven, eternamente, los muertos.
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