Opinión | Universidad
Ernest Folch

Ernest Folch

Editor y periodista

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿Ha dejado Estados Unidos de ser una democracia?

Una de las salvajadas menos mediáticas de Trump es su ofensiva para amedrentar y destruir el sistema universitario americano

Una estudiante de la Universidad de Columbia amenazada de expulsión demanda a la Administración Trump

Las políticas de Trump ponen contra las cuerdas a los científicos en EEUU: "Está siendo una pesadilla"

Archivo - Arxiu - Protesta pro palestina a la Universitat de Columbia, Estats Units

Archivo - Arxiu - Protesta pro palestina a la Universitat de Columbia, Estats Units / Europa Press/Contacto/Roy De La Cruz - Archivo

Hay que reconocerle a Donald Trump una asombrosa habilidad para monopolizar la información y acaparar la agenda mundial. El presidente de Estados Unidos es ya un género en si mismo, un espectáculo de masas tan patético como adictivo, en el que podemos engancharnos por igual a su menú de aranceles o a su firma dentada con este rotulador negro y grueso con el cual condiciona ya el destino de medio planeta: no hay día sin un anuncio extravagante, sin un comentario grosero, sin una idea loca. Y aunque lo más notorio es ahora mismo el colapso de la mercados, sin duda hay efectos menos espectaculares pero más graves a largo plazo. Una de las ofensivas más bestiales de la nueva administración americana es el descarado amedrentamiento a todas sus grandes universidades, a las que se les acusa, sin ninguna vergüenza, de “promover la cultura 'woke'” (sic) o “proteger el terrorismo palestino” (sic). Como consecuencia de esta presión ya ha dimitido la rectora de Columbia o el director del centro de Estudios de Oriente Medio de Harvard, pero la grave amenaza a la libertad de expresión se extiende a todo el sistema universitario. Lo que se pretende es amordazar a la izquierda y acallar las protestas en contra del genocidio de Israel, y algunos estudiantes identificados en las manifestaciones propalestinas de los campus han empezado a ser deportados, con la excusa habitual de que son terroristas. Temerosos de perder todos su fondos gubernamentales, los equipos rectores ya han empezado a ceder al chantaje, y están dispuestos a promover la censura y la represión con tal de mantener sus presupuestos. El resultado de esta burda campaña es que, progresivamente, el mejor sistema universitario del mundo, la cuna de grandes instituciones educativas como Princeton, Yale o Harvard, se resquebraja peligrosamente ante la estupefacción de medio mundo. A cambio de mantener su financiación, las catedrales del saber han decidido vender su alma al monstruo de extrema derecha que las acecha, incluso comprometiendo las libertades y el rigor científico con que se han hecho famosas en todo el mundo. Y es que en la censura salvaje que ya sufren las universidades americanas es donde convergen la nueva autocracia americana y el sionismo opresor de Israel: no es ninguna casualidad que el conflicto palestinoisraelí esté en el centro de la reorientación ideológica que la nueva administración quiere imponer a todas las grandes universidades. Lo más curioso es el silencio atronador de nuestros voceros ‘antiwoke’: tanto que se escandalizan con los abusos en Rusia, Venezuela o China y tanto que callan con los atropellos bárbaros en Estados Unidos o Israel. El ataque que están sufriendo las universidades americanas está pasando casi inadvertido en medio del tsunami trumpista, pero supone una de las amenazas más graves a la libertad que se recuerda en un país pretendidamente desarrollado. Y es que quizás tenemos que volver a recordar que una democracia es más que un ritual periódico en el que se deposita una papeleta en una urna cada cuatro años. Tampoco sirve de nada llenarse la boca de democracia si se vulneran las libertades más elementales, se ejerce la violencia contra los inmigrantes o se silencian las protestas contra los que bombardean escuelas en Gaza. La violencia fascista es incompatible con la democracia, por mucho que se maquille con una urna. No es ya que Donald Trump y toda su corte se comportan cada día como unos fascistas (elegidos, eso sí, democráticamente), sino que el sistema entero es incapaz de encontrar los mínimos mecanismos para limitar su poder y su peligrosa capacidad de destrucción. Ya empieza a ser hora que nos preguntemos si Estados Unidos ha dejado de ser una democracia. 

Suscríbete para seguir leyendo