Opinión | Parece una tontería
Juan Tallón

Juan Tallón

Escritor.

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Error en el crucigrama

Pensemos en las erratas. Cuando pese a todos los filtros se cuela alguna –y siempre se cuela– editores y autores se ponen tristísimos

Un kiosco del centro de Barcelona

Un kiosco del centro de Barcelona / LUAY ALBASHA

No se puede estar tranquilo casi en ninguna parte, más allá de unos minutos irreales. Esto ya se lo leímos al narrador de 'El guardián entre el centeno', para el que no cabía duda de que no existe ese lugar. «Cuando crees que por fin has dado con él, descubres que alguien ha escrito un 'joder' en la pared», decía Holden Caulfield. Aunque para alcanzar esta constatación no se precisa leer ningún libro. Se ve, se choca con la ausencia de tranquilidad todo el tiempo. Todo lo que ocurre, para nuestra zozobra, se reviste de una gravedad adversa. Es como si los asuntos de escasa importancia se hubiesen retirado de la actualidad, completamente derrotados. Para encontrarte con uno debes desviarte mucho de los caminos principales. Tienes que volverte casi en un buscador de oro.

Si al fin das con uno, tu día se eleva, mejora notable, automáticamente, aunque sea un asunto de poca monta que implica también una forma de preocupación. Acostumbrado a bregar con los líos gordos, a verte aplastado por ellos, merece la pena alegrarte y disfrutar el día que das con uno menudo. Es lo que me pasó el martes al llegar a la sección de opinión del periódico y descubrir al fondo de la página, como restos recién barridos del suelo, una fe de errores minúscula, a la par que despampanante y luminosa. Tenía solo tres líneas, pero su esplendor devoraba los editoriales y las cartas al director, protagonistas absolutos de la página. El texto decía: «El símbolo químico del arsénico es As y no Ar, solución que ofrecía el crucigrama de ayer en la primera definición del 10 vertical».

Parecía una tontería, pero pensabas en esos lectores del diario aficionados al crucigrama, para quienes resolverlo o no tal vez marque la diferencia entre un buen día y un día normalito, y dejabas de verlo como un tema insignificante. No cuesta tanto imaginarse a esas personas dándose contra el muro del arsénico, frustradas porque se quedaban a una mísera letra de solucionar el pasatiempo. Los errores pequeños cuentan, quizá porque no son pequeños. Merecen un respeto, y que los editores del periódico los reconozcan y se disculpen por ellos ensancha su credibilidad.

Por no decir que los errores de poca monta poseen su encanto. Pensemos en las erratas. Cuando pese a todos los filtros se cuela alguna –y siempre se cuela– editores y autores se ponen tristísimos. Algunos lectores, inclinados a la sobreactuación, incluso se indignan. Pero qué menos que equivocarse en una o varias letras en un libro de medio millón de caracteres. Yo siempre me arrepentiré de haber subsanado en la segunda edición de 'Rewind' un clamoroso error que se me coló en la primera, cuando contaba que el padre de una de las protagonistas y J.D. Salinger habían coincidido en la playa de Utah el 6 de junio de 1944 bajo el mismo regimiento. Ambos habían sobrevivido no solo al desembarco de Normandía, sino semanas después también a la batalla contra los alemanes en el bosque de Hürtgen –y cito textualmente– «en la frontera belga-suiza» (?).

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