
Director de EL PERIÓDICO

Albert Sáez
Albert SáezDirector de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
¿Por qué los profesores están desmotivados... y los alumnos también?

Menores usando sus teléfonos móviles en un centro escolar. / Córdoba
Le hemos perdido el respeto a la escuela. Una parte sustantiva de la sociedad la trata como una empresa de servicios a la que se le exige el máximo, pero más en términos de conciliación que de educación. Los políticos la están utilizando para aparentar un poder de control social que ya no tienen y le hacen un montón de encargos que nada tienen que ver con la formación de los menores sino con la tranquilidad de su propia conciencia. Las principales víctimas de esa falta de respeto a la institución escolar son los alumnos y los profesores. Algunos estudios empiezan a reflejar esa realidad. Según un trabajo de Esade, 4 de cada 10 profesores están desanimados. Cuando se aterriza en las razones aparece la cuestión de la complejidad de las aulas, motivada por la sobreprotección de los menores en los hogares y por la dispersión de los objetivos educativos. Sale a la luz también, según los autores, el bajo nivel formativo de los docentes entre los que cada vez son menos los vocacionales. Ahí habría que hacer alguna cosa.
La otra cara de la moneda son los alumnos. Más de la mitad considera que los trabajos que les encargan en la escuela o en el instituto son inútiles. Se confirma que el uso del ChatGPT es la respuesta inteligente del alumnado a los encargos estúpidos de muchos profesores, posiblemente fruto del agobio y de la falta de respeto que sienten. Sobre este asunto planea un problema muy de fondo. Y es qué peso tiene que tener la memoria en el proceso educativo en la era digital. Lo que en tiempo de los boomers ya tenía un valor cuestionable, ser un empollón, ahora vive una crisis mucho más profunda. El móvil es la extensión eficiente de la única parte del cerebro que conocemos un poco, la memoria. Y no sabemos qué peso juega en el resto de las funciones cerebrales: el razonamiento, la creatividad o la emotividad. Ante este desconcierto, las generaciones que nos formamos en base a la memoria, pretendemos que los menores no usen las ventajas de esa memoria digital extendida en su proceso educativo y pasen por todos los estadios pasamos nosotros aunque ya no sean necesarios. Y los jóvenes se rebelan. Quizás la solución sería volver a respetar la escuela, dejar que eduque en lo esencial no en lo que se le ocurre cada semana a la presidenta, al presidente o al conseller o ministro de turno. Concentrar la exigencia memorialista en eso que se considere esencial y no convertir lo digital en algo furtivo como tantos años lo fue el sexo. Lo digo, por motivar, a profesores y alumnos.
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